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El blog de Pepe Mendoza

LOS ITALIANOS

LOS ITALIANOS

     Yo soy de cuando en los guateques y en las discotecas, a partir de cierta hora, se bailaba lento. De pronto, después de volvernos locos con Tequila o de sobrevivir a los cubatas de garrafón con Gloria Gaynor, la pista se quedaba a media luz, y nosotros, los simpáticos, a dos velas. Sólo los guapos tenían derecho a constatar que, en efecto, el roce casi siempre termina haciendo el cariño.

     Sonaban entonces los italianos, los putos amos de las baladas, unos tipos la mar de empalagosos que cantaban como con carraspera. Iban de mártires por la vida sentimental, pero al final, en la última estrofa, se lo comían todo. Hay idiomas que invitan a invadir Polonia y otros que invitan a invadir las camas. Las lenguas romances, como su propio nombre indican,  facilitan mucho el filtreo. No es lo mismo decirle a tu señora “No son digno di te, Giannina”, que decirle “Me he pasado tela, Lola”. O llamarse Pepe Mendoza que llamarse Toto Cotugno. Cómo va a ser lo mismo.

     Pero una lectura en frío de las canciones (las versiones que se hacían al castellano se parecían tanto a las originales como un buen puchero a una sopa de sobre) dejaba entrever que el romanticismo alcanzaba a veces la condición de patología. Adriano Celentano, tal vez para dejar claro que no solo parecía un boxeador, popularizó Una caricia y un puño, en la que decía cosas como “mi mano, en la que antes brillabas, se convierte en un puño cerrado”. La mismísima Mina le dice a su chico en Grande, Grande: “Eres el hombre más egoísta y prepotente que he conocido en mi vida. Pero al momento eres grande, grande”. ¿En qué momento? ¿Grande de qué?

     Aunque, para mí gusto, fue Sandro Giacobbe el más digno representante de la escuela cínica en las baladas de finales del siglo pasado. Triunfó con El jardín prohibido. Ya saben: el muchacho llega una tarde a casa de su novia y le suelta  que viene triste porque se ha tirado a la mejor amiga de ella. No es culpa de él, no, la culpa es de la vida, que es así de siesa. Intuimos que la chica no debió quedar muy satisfecha con las prestaciones íntimas de Sandrito. “Mi cuerpo fue gozo durante un minuto”, escupe en una de las estrofas de la canción que lo retrata. Un minuto duraba el guaperas. ¡Un minuto! Ni al estribillo llegaba.

     (Diario de Cádiz, 18 de julio de 2014) 

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