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El blog de Pepe Mendoza

EL VIEJO TEATRO

EL VIEJO TEATRO

EL VIEJO TEATRO

     En la butaca de una sala de un desangelado multicines, un hombre de mediana edad se queda dormido y comienza a soñar. Sueña que está en el mismo lugar en el que caído rendido en los brazos de Morfeo, pero la película que se proyecta no es la misma. En la nueva, un niño y sus amigos compran chucherías en un carrillo con visera de lona y ruedas de bicicleta. Con los bolsillos reventones de citratos y pepitas de calabaza, a la voz de tonto el último, los chavales doblan la bocacalle y entran excitados en un viejo teatro. En cuanto el acomodador les rebaña las entradas, suben a empujones las escaleras de madera hasta aterrizar en un gallinero vestido de blanco y oro.

     Un timbre anuncia que la sala va a ser tomada por una oscuridad como de plomos fundidos. Suena la música metálica del NODO: ¡Noticiarios documentales cinematográficos, presenta...! El reloj de pulsera del crío dice que son las cuatro de la tarde de un domingo sin fechar. Ruge el león de la Metro saludando a la muchachada y rugen los cientos de cachorros que esperan ansiosos que de la pared grande salga una buena historia en la que ganen los buenos por goleada. Decenas de trailers de clásicos infantiles rejuvenecen bajo la luz antigua de lo eterno. Es eterno el hombre que sueña feliz en la incómoda butaca del multicines. Es eterno el niño que le acuna desde el otro lado de la pantalla. Son eternas las vidas recién estrenadas que florecen en ese templo civil de elegantes candelabros en el que un puñado de héroes vengan cada domingo las penurias de la semana.

     El hombre se agita ahora en la butaca con la respiración acelerada. Está en medio de un incendio en el que puede oír el crepitar de las tejas y distinguir el olor a madera quemada. Pese a ese abismo de humo negro que se divisa en una esquina de la pantalla, el proyector sigue exhibiendo las películas que el crío guardó en la cabina de la memoria mucho antes de que aquel coloso humilde fuera abrasado por las llamas.

     El hombre se despierta asustado, mira su reloj de pulsera (han pasado treinta años), sale de la sala y se pierde entre la niebla desvaída del tiempo. Dentro, el león y los cachorros siguen rugiendo. No hay quien pueda con los buenos.

     (Diario de Cádiz, 14 de febrero de 2014)