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El blog de Pepe Mendoza

LA GRAN EVASIÓN

LA GRAN EVASIÓN

LA GRAN EVASIÓN

     Como Woody en Toy Story 3, yo también utilizo el cuarto de baño para escapar. Nos diferenciamos, además de en el sombrero y en las amistades, en que él lo usa como estación de paso para fugarse de la guardería en la que está atrapado y yo como fin de trayecto para huir de Canal Sur, de los gritos destemplados de los electrodomésticos, de los grupos de guasap, de mi mujer, de mis hijos, de la perra y hasta de mí mismo. Desembarazarse de uno sin dejar huellas incriminatorias es lo más complicado. Hasta que no echo el pestillo y me asomo al espejo y compruebo que no hay nadie al otro lado, no me quedo tranquilo. Luego hay que mentalizarse de que durante las primeras cinco o seis horas tu familia se irá turnando para aporrear la puerta con la violencia siniestra de Jack Nicholson en El Resplandor. Si logras superar ese último escollo, acabas mimetizándote entre las piezas. Y entonces, Carpe diem. ¡Y qué momento, señoras y señores!

     En su origen, el retrete era una habitación retirada de la casa que se utilizaba para rezar y leer mientras uno se depuraba también por dentro. Me recuerdo de niño con el Diario o el TBO en la mano en concurrida peregrinación hacia esa cueva paleolítica que tenía una estalactita de 60 vatios colgada del techo. Una vez leí que en los cuadros sobre la Anunciación de la Virgen el aposento donde el ángel se aparece es el váter, lo que certifica que las criaturas celestiales además de dar de alma también dan de cuerpo. La mística y la escatología no están tan desconectadas como aseguraba Ripalda en su catecismo. En los primeros meses de la adolescencia intensifiqué ese viaje iniciático a las profundidades del Ser (era otro tipo de urgencias).

     Tan placentero como entrar es salir un par de días después, con barba de náufrago y la tapa de váter tatuada en las nalgas, y comprobar que tu familia no es que no te mire, es que no te ve. Nadie dijo que el reencuentro fuera fácil. Lo importante es que sales purgado por arriba y por abajo, leído y aflojado, orgulloso de haber cumplido fielmente el encargo que nos hizo San Juan en sus cartas: “obrar y callar, que son cosas que recogen y dan fuerza al espíritu”. Y qué gusto dan también, hasta los ángeles lo saben, al cuerpo.

     (Diario de Cádiz, 25 de abril de 2014)