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El blog de Pepe Mendoza

LOS OTROS

LOS OTROS

LOS OTROS

     Para no dejarse los cuartos en el psiquiatra hay que tener una doble vida. Ser otro, además del que el Registro Civil dice que somos. San Agustín, que sabía latín, ya defendía hace quince siglos ese desdoblamiento de personalidad: “Yo soy dos y estoy en cada uno de los dos al completo”. Merece la pena construirse una segunda existencia en la que vivir a salvo de contradicciones y amenazas. Como Mortadelo cuando se disfraza para huir de sus jefes. La vida es muy corta, pero hay días malos que se hacen larguísimos en el que todos necesitamos que nuestro álter ego nos rescate de un naufragio interior, de un insomnio cruel o de un grupo de whatsapp. 

     Tener una doble vida te compromete a cuidar de otra familia y de otros amigos. Es probable que tus íntimos de siempre no lo entiendan y que se vivan momentos de tensión. Que si tú estás muy raro últimamente. Que si no nos haces ni puñetero caso. Que si no te soporto cuando callas porque estás como ausente. No vamos a idealizar  esas otras amistades porque también tienen sus cosas, como todos, pero son gente de bien que estuvo cuando había que estar. Por alguna extraña jugada del destino, un día coincidisteis en algún cruce de caminos y se quedaron contigo para siempre. Puedes decir más cosas de ellos que de algunos primos o cuñados. Cuando llegaron tal vez te sentías solo, quizá deprimido, y unas palabras suyas bastaron para animarte, para proporcionarte compañía o una esperanza a la que agarrarte. Qué gente más maja.

     A mí esa doble existencia y esos otros amigos me han salvado la vida muchas veces. Para ayudarme a sobrellevar un taciturno amor de juventud, un domingo luminoso apareció por mi cuarto Florentino Ariza, y me preguntó si había visto a Fermina Daza, a la que llevaba medio siglo buscando en un “ir y venir del carajo”. Una mañana de invierno de hace más de treinta años, navegando a la deriva, me encontré en medio del mar con Santiago, un viejo pescador que luchaba sin desfallecer contra un pez de espada que era más grande que su barca mientras me hablaba con su ejemplo de la obligación moral de no rendirse nunca ante las adversidades. Recuerdo también aquel atardecer lejano en el que Rafael, un vecino también con más vidas que un gato, me sacó de paseo por mi pueblo y me llevó a un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas al que llamaba la Arboleda Perdida.

     Una sola existencia no da para mucho. Lo sabía aquella señora que le reprochaba a Mia Farrow, en La rosa púrpura de El Cairo, que se hubiera enamorado del actor de carne y hueso en lugar del personaje que el actor representaba en la pantalla. “¡Le está bien empleado, por quedarse con el de verdad!”, bramó enfadada a la salida del cine.

  Hay que tener una doble vida. La literatura es Alicia recordándonos desde su país maravilloso que con una sola no basta.