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El blog de Pepe Mendoza

MUERTE DE UN POETA

MUERTE DE UN POETA

MUERTE DE UN POETA

El mundo es hoy un poco más feo de lo que ya viene siendo desde hace un año. Ha muerto un poeta: Joan Margarit. Escribía con la misma maestría y sensibilidad en catalán y castellano. Su ausencia, tomando prestado uno de sus versos, es ya una casa con radiadores helados.

Lo sigo desde hace décadas. Su poesía, a la que acudía en tiempos de desasosiego emocional, fueron siempre santa medicina que me reconciliaban con la vida y, sobre todo, con el insoportable que llevo dentro. Regalé su libro "Joana", dedicado a su hija, que padecía una discapacidad mental y que murió joven, a una amiga que pasó por el mismo trance. Sé que le ayudó a mantener la cordura cuando la vida de quien ha visto morir a quien debería sobrevivirnos se convierte desde ese momento en una especie de postguerra. La vida se alimenta de días generosos./De dar y proteger./Si se ha podido dar, la muerte es otra.

En la última entrevista que le leí, de diciembre pasado, Margarit, un niño de la guerra, republicano confeso, criticaba con dureza el descompromiso indecente de todos los gobiernos con la cultura popular. Cuarenta años, decía, ha tardado un Presidente del Gobierno español en llevar flores a la tumba de Machado a Colliure, tronaba indignado. Cuarenta años para tener un gesto de agradecimiento, justo, sencillo, hermoso, con un hombre bueno que defendió siempre a los humildes.Y criticaba la deriva de una educación en la que no hay tiempo ni ganas para leer poesía en clase. "Los políticos actuales son mediocres y no saben nada, no me siento protegido por ellos", se quejaba al periodista.

Si andan de capa caída, como andamos casi todos, acérquense a una biblioteca o entren en su página https://www.joanmargarit.com/es/poemas-para-leer-y-escuchar/
Lo harán pronto uno más de la familia. La poesía y la música, aseguraba, son las principales herramientas de consuelo, el primer cinturón de los afectos. Tener sus versos cerca atempera el frío intenso de los días oscuros de invierno. Y encienden la humilde hoguera de la esperanza en esta casa común con los radiadores cada vez más helados.