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El blog de Pepe Mendoza

PERDER LA CONCIENCIA

PERDER LA CONCIENCIA

PERDER LA CONCIENCIA

     José Ángel Fernández Villa, ex líder minero, ex sindicalista, ex socialista y ex pobre, sigue ingresado en un hospital de Asturias con “síndrome confusional”, un trastorno mental que produce una alteración del nivel de conciencia. Dicen los médicos que es consecuencia del  estado de agitación y desorientación que presenta desde que supimos que guardaba en su cuenta proletaria de ahorro un pico de 1,4 millones de euros. Como desde entonces no ha dicho ni mu, desconocemos si el dinero fue recaudado por la caja de resistencia de alguna huelga o es el montante de un fondo de solidaridad para ayudar a los compañeros a los que la mina les encharcó los pulmones de silicosis. El caso es que El Jefe, tal como se le conoce entre los suyos, ni sabe ni contesta. Igual cuando recupere el habla nos cuenta que, como le pasó a Ana Mato con el jaguar de su marido, no sabía que tenía aparcado el parné en el garaje de su casa, arrumbado entre las fotos en Rodiezmo con Alfonso Guerra, el megáfono de las manis y la cassette de La Internacional.

     Mientras escribo esta columna, leo que los ex secretarios de UGT Andalucía, Francisco Fernández Sevilla y Manuel Pastrana han sido imputados por el fraude de las facturas falsas relacionadas con las subvenciones recibidas por los cursos de formación. De momento, ninguno ha ingresado en ningún sitio, aunque la esposa de Pastrana ingresó hace unos años en la Administración pública andaluza por la cara, sin pasar por la preceptiva oposición. Una plaza de laboral para toda la vida, como los sueldos de Nescafé. Ella también se asomó un día al garaje y vio que de la vieja multicopista que décadas atrás anunciaba la revolución salía un contrato indefinido. Como aquí hace más de treinta años que tomamos el Palacio de San Telmo, ya no tiene sentido agruparnos todos en la lucha final. Con agruparnos los nuestros en torno a la hucha familiar es más que suficiente.

     Síndrome confusional, qué gran metáfora para retratar la patología social de una izquierda opaca que vivió por encima de sus sensibilidades y olvidó el legado ético de tantos militantes que dieron su vida por una sociedad más justa y decente. Esos que no perdieron nunca ni la conciencia ni la vergüenza.

     (Diario de Cádiz, 24 de octubre de 2014)