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El blog de Pepe Mendoza

ALMA, TERMOSTATO Y VIDA

ALMA, TERMOSTATO Y VIDA

ALMA, TERMOSTATO Y VIDA

     Por Freud sabemos que los gritos de socorro con los que a veces se defienden algunos órganos del cuerpo, son metáforas de un conflicto mental o sentimental que se encuentra oculto tras la maleza de esa zona gris en la que retozan las neuronas.

     Bien, estamos de acuerdo con Don Sigmund (¡qué gran descubrimiento también su tinto de verano!). El alma y el culo, con perdón, están interconectados, de forma que la angustia puede derivar en hemorroides, los gases en melancolía, y viceversa.

     Pero hoy queremos ir un poco más allá. Los animistas, unas personas estupendas que siempre están de buen humor, sostienen que también las cosas tienen alma, corazón y vida. Los electrodomésticos, por ejemplo, en lugar de corazón tienen termostato, que viene a ser lo mismo, y nos hablan desde un abismo blanco y metálico de kilovatios, destellos y fusibles. Piensen en la cafetera y en su sentido de la trascendencia: cuanta fe pone cada mañana en su café, su café Saimaza. O en el exprimidor, ese galán siempre dispuesto a sacar lo mejor de su media naranja. Yo, de tanto rozarlos, he hecho míos sus dolores y esperanzas, sus sueños y derrotas, hasta el punto de emocionarme en algunas ocasiones ante las nobles aspiraciones de la aspiradora o la limpieza de miras del lavavajillas.

     La otra noche, sin ir más lejos, en el silencio de la ídem, me despertaron unos gritos espantosos que provenían de la cocina. Sobrecogido por aquellos quejidos chirriantes, llegué dando tumbos al frigorífico, que lloraba como un niño chico. Para calmarlo, le puse la mano en el congelador: ardía.  De pronto, también el microondas empezó a dolerse. Pensé que no era más que un ataque de celos, pero me acerqué y estaba frío como un cadáver.

     No se qué pensarán Freud y los animistas de todo esto, pero últimamente me río por no llorar y viceversa. A lo mejor mi termostato interior, tan proclive a la empatía, necesita también un poco de cariño.     

     (Columna publicada en Diario de Cádiz el 30-07-2009)