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El blog de Pepe Mendoza

CIUDADANO RICARDI

CIUDADANO RICARDI

CIUDADANO RICARDI

     A lo mejor me he perdido algo, pero a día de hoy sólo una ex consejera de la Junta de Andalucía ha tenido la decencia de pedir disculpas a Rafael Ricardi, el ciudadano portuense que ha pasado los últimos trece años de su  vida entre rejas por un delito de violación que no cometió. En julio de 2008, Evangelina Naranjo declaró que más vale un delincuente en la calle que un inocente en la cárcel.

     Sucede, sin embargo, que, desde entonces, lo que tenemos es un inocente en la calle, un ciudadano a medias, que debe presentarse cada quince días ante la justicia para firmar no se qué papel, porque para el Estado parece que todavía es sospechoso de algo. El infierno existe, quién dijo que no, y tiene una sucursal chapada donde huele a lejía y a humanidad, y en la que, de vez en cuando, algunas personas pagan en vida las culpas de otros o los errores de personas con poder que cometen equivocaciones criminales sin que nadie les pida nunca responsabilidades por  sus actuaciones. De allí viene Rafael, temeroso, con su petate pobre y su mirada desolada de perrillo abandonado.

     Ninguna indemnización, cuando llegue, va a compensar  ya a Ricardi de tanto sufrimiento, pues nada podrá reparar el inmenso daño causado, pero este señor merece un trato más elegante, un acogida más cálida, la misma compasión, al menos, que se ejerce con las víctimas de otros dramas personales y colectivos. Porque cuesta digerir la frialdad alevosa con la que los poderes públicos han reaccionado ante este escándalo jurídico, el silencio indoloro de un gobierno que presume a diario de sensibilidad social y que no ha tenido el coraje moral de llamar a Ricardi para pedirle perdón en nombre de todos. Y luego están los nueve folios en los que el Tribunal Supremo anula la sentencia condenatoria, que merecen un lugar destacado en la Historia universal de la infamia.

     Aquí parece que todo el mundo ha actuado con una profesionalidad encomiable  y nadie tiene que arrepentirse ni disculparse por nada. Pero un hombre ha pasado trece años de su vida secuestrado en un penal por un delito que no cometió. Algo habrá hecho.  

     (Columna publicada en Diario de Cádiz el 10-09-2009)