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El blog de Pepe Mendoza

DOS MAESTROS

DOS MAESTROS

DOS MAESTROS

     En las escuelas de primaria de Finlandia, los alumnos se despiden de sus maestros estrechándoles la mano y agradeciéndoles los conocimientos adquiridos ese día. Hermosa manera, a edades tan tempranas, de ejercer la gratitud con aquellos que tienen la osadía de enseñar en estos tiempos gamberros en los que casi nadie da las gracias por nada. 

     Me acordé el otro día de esta esperanzadora liturgia de reconocimiento a los docentes de aquel país larguirucho, mientras leía, con la nostalgia herida, la noticia del fallecimiento de Antonio Ariza. Hace algunas semanas nos dejaba también Elías Estíbaliz, otro histórico de la Plaza Elías Ahuja.

     No cultivé la amistad con ellos, pero mi relación con ambos fue siempre cordial y respetuosa. El recuerdo, ese idioma de los sentimientos, me lleva hoy a unas aulas que rodeaban un patio claro en el que madurábamos junto a rosas y geranios. Allí aprendimos que la estenotipia no era una enfermedad, sino una asignatura, que los asientos contables no tenían patas y que el delegado de la clase de al lado se llamaba igual que el interés comercial: Ico, para los amigos.

     A Elías le debemos su pasión por los buenos afanes. Nos dió de leer libros que disiparon nuestra ignorancia, nos condujo gentilmente por la calles austeras y limpias de la ética, y, desde un escepticismo discreto, nos regaló su ingenio humilde y elegante. Parece que lo estoy viendo atravesar la clase pausadamente, buscando actores para Luces de Bohemia: tú, Max Estrella; tú,  Madame Collet; tú, te callas si no quieres irte fuera.

     A Antonio le recuerdo, en mangas de camisa, dando clases de Prácticas Administrativas, corbata al cuello y un colegio sobre sus espaldas. La última vez que le vi, enjuto de carnes que no de esperanza, hablamos otra vez de lo de siempre: buena cosecha, aquella del 77, la segunda promoción de Administrativo. No sé que sería hoy de muchos de nosotros si aquel vino nuevo no hubiera pasado por el alambique generoso de la SAFA, esa escuela que se nos cruzó un día en la vendimia de nuestra vidas.

     Como los chavales finlandeses al final de cada jornada escolar, ya con las nieves del tiempo plateando mi sien, quiero hoy despedirme de ellos agradeciéndoles su esfuerzo por abrirnos el porvenir en las mañanas azules de nuestra adolescencia. 

(Columna publicada en Diario de Cádiz el 26-05-2007)