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El blog de Pepe Mendoza

FANTASMAS

FANTASMAS

FANTASMAS

     Hay fantasmas que te persiguen toda la vida. Da igual dónde te escondas. Más tarde o más temprano, te encuentran. A algunos no has vuelto a verlos desde niño, y llegas a pensar que tus padres tenían razón, que en las habitaciones oscuras de tu infancia no había nadie. Claro que había. Claro que sigue habiendo. Claro que nunca vas a lograr deshacerte de ellos.

    De todos los fantasmas que algunas noches se congregan alrededor de las cuatro esquinas de mi cama poniendo en guardia a los cuatro angelitos que me la guardan, el que más miedo me da es un tal Schwarzenbeck. Hasta el nombre es espantoso. Es el espectro de aquel defensa del Bayer Munich que en mayo de 1974 nos birló la Copa de Europa en el último minuto de la prórroga. Cuando me juego la vida en algo, aunque sea al solitario, aparece siempre para recordarme en alemán que soy un ficken Verlierer (un perdedor de mierda). Cómo lo odio. El Lute, El Arropiero y hasta los Hermanos Malasombra son unos fantasmas bellísimas personas al lado de ese nazi sin compasión.

     El pasado fin de semana me fui a un pueblo de La Mancha a jugar un torneo de fútbol de veteranos. En realidad, yo lo único que quería era darle el esquinazo al de la sábana blanca y las calzonas negras. Como no las tenía todas conmigo, me llevé a un sacerdote, Ángel Angulo, y a un profesor de latín, Emilio Flor, por si me localizaba, terminaba poseyéndome y había que practicarme un exorcismo. Ya se me metió dentro en  aquel fatídico minuto 93 de Lisboa. Yo no recuerdo nada, pero en casa dicen que me puse a botar en el sofá y a soltar espuma de Cruzcampo por la boca. Dicen también que empecé a hablar con la voz de Sabina y que me ensañé con la señora Ramos, o sea mi mujer, como si fuera el padre Karras. ¿Has visto lo que ha hecho el cerdo de tu primo?, fue por lo visto una de las barbaridades que le solté.

     El sábado, cuando cerraba la habitación del hotel para bajar a ver la final, oí un ruido a mi espalda. Al volverme, un balón sin dueño vino botando hacia mí, como en aquella escena siniestra de El Resplandor. No pude impedir que traspasara la puerta. Al fondo del pasillo, una sombra dobló sigilosamente la esquina gritando ficken Verlierer. El fantasma de Schwarzenbeck me había encontrado otra vez. Qué hijo de puta.

      (Diario de Cádiz, 3 de junio de 2016)