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El blog de Pepe Mendoza

LA CASA VIEJA

LA CASA VIEJA

LA CASA VIEJA

     Me invitan los Amigos de los Patios Portuenses a abrir su semana grande, a encalar con palabras las paredes desconchadas que envuelven una forma de entender la existencia en la que hasta los ecos eran de vecindad. En busca del tiempo perdido (¿qué vida no es, de alguna manera, una búsqueda del tiempo perdido?) regreso a las inmediaciones del número 17 de la calle San Sebastián, a aquella casa humilde en la que transcurrió mi infancia.

     Como me ocurre siempre que paso por delante del cierro en el que aprendí a mirar el mundo, el pudor a violentar ese espacio íntimo, habitado ya por otros inquilinos, hace que me quede en la acera de enfrente, sin atreverme a llamar, fracasando de nuevo en la pretensión inconfesable de ser readmitido, siquiera unos minutos, en ese paraíso doméstico del que datan mis primeros recuerdos. Mi actitud, torpe y sospechosa, más propia de un ladrón de poco monta que de un hombre de mediana edad que regresa para encender el reverbero que ilumina la memoria de aquellos días, termina despertando recelos entre los vecinos.

     La puerta me impide ver y verme, pero desde la calle puedo oír  la voz portentosa de mi madre compartiendo sus penas con la Zarzamora, mientras hace las camas,  friega los suelos y sube a la azotea a tender la ropa, y  le pide a Encarnación, la vecina, que nos eche un ojito a los cuatro, porque no se fía. Suenan, también, las campanas de la Prioral, aunque no se si su repique viene de dentro de la casa o de la propia iglesia, pues su salmodia de siglos cose los días entre sí sin distinguirlos.

     Cuarenta años lleva jugando al escondite conmigo el niño que está detrás de esa puerta, hoy el padre del hombre que ahora esta afuera sin atreverse a llamar y a mirarse a sí mismo desde el interior del cierro en el que aprendió a mirar el mundo. Tal vez sea mejor así, que la puerta continúe cerrada hasta que yo me marche,  para que no se vayan nunca de la casa vieja los ecos sagrados de aquella vecindad en la que la vida tenía el sonido antiguo de la fraternidad.

     (Diario de Cádiz, 24 de marzo de 2011)