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El blog de Pepe Mendoza

LA CENA DE LA EMPRESA

LA CENA DE LA EMPRESA

LA CENA DE LA EMPRESA

     Aquella cena se chamuscó mucho antes de entrar en los fogones. A priori, las previsiones de asistencia eran de lo más optimistas, pues se acababa de firmar el acuerdo de pesca con Galilea. Pero, como pasa siempre, al final la gente se fue borrando. Que si en La Sacristía se come fatal, que si a mí me gustan los gin tonics en vaso largo y no en cáliz, que si en el karaoke de enfrente sólo ponen canciones de misa… Acudieron trece trabajadores (encima trece). Ninguna mujer.

     El mal rollo ya se evidenció a la hora de tomar asiento. Nadie quería tener al lado a Juan, con una bien ganada fama de pelota; ni a Judas, un tío raro raro que daba besitos muy comprometedores. En lo único que se pusieron de acuerdo en toda la noche fue en colocarse del mismo lado de la mesa para que Leonardo da Vinci no tuviera problemas con el enfoque y le dieran el Pulitzer en el Renacimiento. Cuando llegó el primer plato, cordero lechal, Felipe comentó contrariado que si él había dicho que quería dorada a la espalda por qué tenía que comer cordero. “Porque así está escrito”, dijo Don Jesús, el jefe de personal, en una de esas contestaciones tan suyas. “Estará escrito ahora mismo -dijo Andrés-, porque en el tablón de anuncios ponía plato a elegir”.

     El vino, tan abundante como el pan (verás que al final morimos engollipados, sin conflicto y sin épica, y se malogra el best seller, se oyó por una punta), empezó a hacer efecto. Cuando Don Jesús tomó la palabra para hablar en nombre de la empresa de una nueva alianza, Pedro, uno de los más cañeros del comité, manifestó que si eso suponía una pérdida de derechos laborales, esa misma noche cerraban la lonja. La tensión se disparó cuando Judas miró a Don Jesús con cachondeito y  propuso lo del amigo invisible. Éste habló de deslealtades y traiciones. Hubo algunos que se comieron el postre en la barra porque decían que en la mesa nada más que había chivatos.

     Lo que vino después, ya lo saben: el “maestro, ¿seré yo?”, la mayoría cantando con la lengua pastosa el Vaporcito de Cafarnaúm, el simpa a la salida del restaurante, el movidón en el huerto… Con mujeres, el relato hubiera sido el mismo pero de otra manera. Se les fue de las manos aquella cena. Fue la última, claro.

     (Diario de Cádiz, 20 de diciembre de 2013)