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El blog de Pepe Mendoza

SEÑALES

SEÑALES

SEÑALES

     A veces la infancia nos envía señales. Señales sin orden ni concierto. O tal vez sí. Quizá el tomavistas de aquella memoria primera proyecta recuerdos conforme a un guión que no alcanzamos a entender. Ni falta que nos hace. El caso es que aquel tiempo incontaminado y virgen, que determinó nuestro ADN vital para siempre, reaparece a menudo para agasajarnos con sorpresas que brillan como el tesoro de la isla.

     A la Plaza de Abastos, ese Macondo chiquito y festivo de mis primeros años, mandó el otro día el narrador omnisciente que escribe mi relato, una señal párvula, pobre y luminosa. Era un boli de crista (una canica de cristal, para los niños de afuera). Apareció justo debajo de mis pies. Me agaché como si tuviera ocho años, lo acuné entre mis manos y lo besé como besábamos el pan cada vez que se nos caía al suelo. En el Mercado de Valores de la calle, los bolis cotizaban sin fluctuaciones: el de pasta valía un cate; el de crista, dos; el de china, tres; y el de acero, cuatro.

     Mientras hacía la compra, fui todo el rato aquel mocoso con pantalones cortos y zapatos Gorila que subía de dos en dos los escalones de la Plaza. Llevaba amarrada al bolsillo una bolsa de tela en la que guardaba los bolis, que me había hecho mi madre en su máquina de coser Alfa. En el otro iba el bocadillo. Más que bolsillos el pantalón parecía que tenía cerones. Recordé con resignación que yo era muy malo jugando. Nunca conseguí, como la mayoría, una maña estable (la manera en la que cada uno colocaba las manos para lanzar el boli y golpear el del contrario). Así que, más que jugar, lo que yo hacía era fardar de mi colección y de mi bolsa. Para compensar mi falta de destreza, desarrollé, en defensa propia, un enorme prestigio en el arte de alegar pijadas reglamentistas. Cualquier cosa antes de tener que ceder para siempre tu boli más preciado.

     Cuando llegué a casa, loco de contento, les enseñé el tesoro a mis hijos. Me miraron raro, como si me hubiera tomado una cuantas en El Brillante. ¿Cómo podía el hallazgo de aquella pequeña bola de cristal de colorines hacer tan feliz al viejo?

     A veces la infancia me envía señales. Señales de un tiempo más duro, pero también más nuestro.

     (Diario de Cádiz, 13 de febrero de 2015)