LAS HORAS MUERTAS
Debería estar prohibido, bajo pena de destierro, acuchillar la sobremesa veraniega atentando, impunemente, contra ese pequeño lujo gratuito al que llamamos siesta. Es más, los poderes públicos tendrían que tipificar, como delito contra el sosiego privado, la profanación de la paz del hogar a horas tan intempestivas. Después del almuerzo, cuando las cigarras nos cantan nanas que nos sumergen en un silencio antiguo, de infancia, la única ocupación permitida debería ser cultivar la sana y decente costumbre de la siesta. Porque coincidirán conmigo en que, a las cuatro de la tarde de un día cualquiera de julio o agosto, sólo el sueño tiene derecho a ejercer su magisterio allende los cuerpos, sólo la pereza tendría que reinar, majestuosa, sobre la ciudad y sus quehaceres.
Debería estar prohibido, ya digo, bajo pena de orden de alejamiento de la civilización, que una señorita de una entidad bancaria, por ejemplo, llamara a nuestra casa a horas tan plomizas, para ofrecernos una tarjeta con no sé qué ventajas para nuestra economía, asesinando, a golpe de teléfono, el derecho inalienable al descanso. Alguien escribió una vez que tiene más delito fundar un banco que atracarlo, pero lo verdaderamente delictivo es que alguien pretenda vendernos, a horas en las que no trabaja ni Alfonso el de La Giralda, una tarjeta que nos hará felices durante el primer año, cuando lo que uno quiere es poder gozar, sin usura, del primer sueño.
¿Dónde hay un legislador de guardia que se atreva a redactar ahora mismo, con carácter de urgencia, una ley, un decreto, un bando, que castigue sin piedad esa otra forma de violencia doméstica, esas armas de destrucción masiva que son los ruidos, esa intromisión ilegítima en la muerte chiquita de la sobremesa?
Eso sí que es un ataque frontal a la familia, y todavía no he escuchado yo a ningún obispo condenar sin paliativos ese desorden moral, esa enfermedad o vicio que consiste en entregar las tardes españolas a la promiscuidad del alboroto, poniendo en peligro la siesta nacional. ¿Nadie va a organizar una manifestación contra los cafres que arruinan el suave balanceo de la cabezadita en el sofá? ¿Ni siquiera Ignacio García, antes de despedirse del Ayuntamiento, va a movilizarnos para que los que allanan esa íntima morada onírica que suspende los abismos del tiempo, cumplan íntegramente sus penas?
Lo cantaba Rafaela Carrá hace ya muchos años: siesta, que fantástica, fantástica es la siesta. ¿O no era así?
(Columna publicada en Diario de Cádiz, el 01-07-2006)
0 comentarios