CUATRO Y UN MEGÁFONO
Vencido y desarmado el ejército amarillo y verde, que a día de hoy continúa su particular guerra de guerrillas con su inefable presidente al mando de las operaciones (frente al pelotón de fusilamiento se ve a un hombre que ya ni escucha ni habla, en permanente estado de reflexión), no estaría de más que abandonáramos la cómoda apatía con la que hemos sobrevivido al hundimiento de una forma de gobernar a medio camino entre lo grotesco y lo canalla.
No estaría de más, para no repetir errores pretéritos y atar en corto a los que el pasado sábado juraron o prometieron ser decentes en el ejercicio de sus funciones, que nos preguntáramos qué parte alícuota de culpa tenemos, siquiera por omisión, en la exclusiva colección de arboledas perdidas fruto una política urbanística que cambió ladrillos por votos. ¿Dónde estábamos y por qué no salimos a la calle el día en que el Tribunal de Cuentas nos contó que en algunas empresas públicas había barra libre por las mañanas y sesiones de maquillaje contable por las tardes? ¿Qué partido del siglo veíamos la noche en que por error hicimos zapping y nos sobrecogimos contemplando que enfrente del cementerio había otro cementerio con muertos vivientes? ¿Detrás de qué esquina nos escondimos cuando la casa y la causa de un ecologista aparecieron señaladas con las huellas delatoras del matonismo más cazurro?
Porque, conviene no olvidarlo, en los años más duros del despotismo iletrado fueron sólo cuatro y un megáfono los que se atrevieron a pasar del vasallaje a la rebeldía civil. Al hoy diputado andaluz de IU, Ignacio García, le habría venido muy bien, entonces, encontrarse al lado, y no enfrente, a los compañeros socialistas que en estas dos últimas semanas han sufrido un súbito ataque de sospechoso izquierdismo. Estoy seguro de que hubiera agradecido enormemente la solidaridad de clase en aquellos malos tiempos para la crítica, en los que, en medio de insultos y amenazas, se le recomendaba volver a su Asturias, patria querida.
Con todo, lo peor de este tiempo gris, propicio al asco, no han sido las tropelías de los más listos de una banda que llevaba El Puerto en el corazón de la cartera. Lo peor ha sido la indiferencia adocenada de una mayoría silenciosa.
(Columna publicada en Diario de Cádiz el 23-07-2007)
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