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El blog de Pepe Mendoza

MIGUEL

MIGUEL

     En Orihuela, su pueblo y el nuestro, han comenzado las celebraciones del centenario del nacimiento de Miguel Hernández. Entre las actividades programadas figura el envío a la luna de su libro "Perito en lunas", una iniciativa que a uno le parece demasiado esnob para homenajear a un cabrero que apacentaba palabras y utopías tan a ras de tierra. Que el poeta manchado de naranjas, tal como le retrató Neruda, se definiera a si mismo como lunicultor, no creo que justifique tan estrafalario disparate, por mucho que la empresa con la que se ha contratado el viaje haya declarado estar encantada de incluir a Miguel en su próxima misión espacial. Ya puestos, y por seguir con el concurso de ocurrencias, se me ocurre que podíamos subir "El rayo que no cesa"  al video marcador del estadio de Vallecas.

     La mejor forma de honrar al zagal de alma gigantesca que nunca renegó de sus orígenes ("soy pastor desde niño, es un oficio de dioses paganos y héroes bíblicos", le contó a Juan Ramón Jiménez), es asomarnos a la hondura de sus versos, en los que resuena, orgullosa, la voz antigua de la tierra. Y no olvidar nunca la tragedia que le arrancó la vida a la  temprana edad de 31 años, en aquella represión cruel que llevaron a cabo los que ganaron la guerra, sedienta de venganza y cadáveres, que le reventó los pulmones, anegados por la tisis, en la cárcel de Alicante.

     Ese es, creo, el más bello recordatorio que se le puede hacer a uno de nuestros mejores poetas, al hijo de la luz y de la sombra que estuvo hasta el final donde tenía que estar, en el bando de los perdedores de la Historia, el único en el que se alistan, desde el inicio de los tiempos, los que sangran, luchan y perviven por la libertad.

     Mandar a la luna los poemas de Miguel, alejarlos de los vientos del pueblo, de los aceituneros altivos y de los niños yunteros, es una frivolidad que probablemente no haga daño a nadie, pero es también un síntoma más de una sociedad enferma de infantilismo, incapaz de acercarse, con profundidad, al legado moral de sus profetas.

     (Columna publicada en Diario de Cádiz el 28-01-2010)

 

1 comentario

Pablo González Sánchez -

Me ha gustado mucho esta columna, ya que, me encanta la poesía y este autor en especial.
Dejo escrito un poema un tanto pesimista pero que no deja de ser una belleza.

Hoy estoy sin saber yo no sé cómo
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato.
Hoy reverdece aquella espina seca,
hoy es día de llantos en mi reino,
hoy descarga en mi pecho el desaliento
plomo desalentado.

No puedo con mi estrella,
y me busco la muerte por las manos
mirando con cariño las navajas,
y recuerdo aquel hacha compañera,
y pienso en los más altos campanarios
para un salto mortal serenamente.

Si no fuera ¿por qué? no se por qué,
mi corazón escribiría una postrera carta,
una carta que llevo ahí metida,
haría un tintero de mi corazón,
una fuente de sílabas, de adioses y regalos,
y ahí te quedas, al mundo le diría.

Yo nací en mala luna.
Tengo la pena de una sola pena
que vale más que toda la alegría.

Un amor me ha dejado con los brazos caídos
y no puedo tenderlos hacia más.
¿No veis mi boca qué desengañada,
que inconformes mis ojos?

Cuanto más me contemplo más me aflijo:
cortar este dolor ¿con qué tijeras?

Ayer, mañana, hoy
padeciendo por todo
mi corazón, pecera melancólica,
penal de ruiseñores moribundos.

Me sobra el corazón.

Hoy descorazonarme,
yo el más descorazonado de los hombres,
y por el más, también el más amargo.
No sé por qué, no sé por qué ni cómo
me perdono la vida cada día