NOVIEMBRE Y OTRAS LUCES
Es cierto que la vida da muchas vueltas, pero la muerte (cómo se viene la muerte/tan callando) no se queda atrás. Dan tantas vueltas que hay veces que no sabe uno en que día vive o muere, si amaneció en el porvenir del algún pasado o sestea abrazado a los recuerdos de un futuro que ya nunca será lo que fue.
Algunas tardes de otoño, la delgada línea roja que separa el más acá del más allá, es borrada por la lluvia, el viento o la nostalgia, y una multitud silenciosa de almas desorientadas cruza esa frontera de penumbras. Es entonces cuando aquéllos que nos dejaron, pero que nunca estuvieron ausentes, se hacen visibles. Sólo hay que saber mirar.
No hace falta ser creyente, ni medium, ni miembro del equipo de Cuarto Milenio, para apercibirse de que no todas las presencias reales con las que coincidimos en el ascensor o en la cola de Mercadona son de carne y hueso. Hay difuntos que gozan de una salud extraordinaria, como hay vivos sobre cuyas fotos el tiempo ya se puso amarillo.
Un tibio aroma de café, el rumor de seda de la máquina de coser, un almuerzo bien conversado que se prolonga en una larga sobremesa, hace que regresen, con más gloria que pena, de ese exilio involuntario en aquella casa antigua por donde la primavera se ha olvidado de pasar. Vuelven, como siempre, atareados en sus cosas, que son las cosas nuestras, las cosas de todos. Y se ponen a trastear de madrugada, sólo hay que saber oír, por los cajones polvorientos de la memoria, y nos llevan de la mano a las regiones luminosas de la infancia, a aquellos días azules en que estábamos convencidos de que la muerte era mentira, que todos los que partían, más tarde o más temprano, terminarían regresando.
Noviembre está lleno de resurrecciones inexplicables. Cada año, por estas fechas, tiene uno la impresión de que la vida y la muerte, cuando se ponen a girar juntas, más bien parecen la metáfora de otra cosa.
(Diario de Cádiz, 3 de noviembre de 2010)
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Antonio Pérez Brea -