EL BIPARTIDISMO
La otra noche tuve un sueño muy raro. El despertador sonó a las seis o a las siete, lo recuerdo muy bien porque en la esfera no había más números. Todavía dormido, abrí el armario: de su interior solo colgaban dos perchas, cada una con una camisa y un pantalón. Me vestí añorando los tiempos en que tenía tanta ropa que no sabía qué ponerme.
Salí de casa y paré a desayunar en el bar de siempre. Pedí un café con leche, pero el camarero me respondió que ya sólo servían colacao o nesquik. Cogí el periódico para echarle un vistazo y era solo una hoja con portada y contraportada. Me marché recordando los días en que cada café tenía un color distinto y al periódico se le salían las páginas y las noticias por el costado derecho.
Al llegar a la oficina, mi jefe, a modo de saludo, me pregunto qué tal estaba. Regular, le dije. “Deje las medias tintas y defínase por una vez, cagoendiez”, replicó ofuscado. “Uno o está bien o está mal, lo demás son mariconadas. Un tío que se viste por los pies no puede pasarse la vida enseñando vergonzosamente sus matices”. Abandoné el despacho tapando, con todo el disimulo del que fui capaz, dos o tres puntos de vista que me brillaban a la altura del entrecejo.
A las tres fui a recoger a mi mujer y decidimos comer en el self-service que hay cerca de su trabajo. En las bandejas sólo había filetes a la plancha y filetes empanados. Nos fuimos sin pedir el postre (manzana o pero, era la disyuntiva). Para animarnos un poco, acudimos a una agencia de viajes a ver las ofertas de verano. Este año sólo organizamos excursiones a Pinto o a Valdemoro, dijo la chica que nos atendió. ¿Y entre Pinto y Valdemoro?, le pregunté como quien no quiere la cosa, sin obtener respuesta, antes de marcharnos.
Me despertó mi hijo Pablo, preocupado porque en su caja Alpino no había más colores que el lápiz blanco y el lápiz negro. Era lunes o, como mucho, martes.
En la radio, un psiquiatra hablaba de los efectos secundarios del bipartidismo.
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