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El blog de Pepe Mendoza

CIGÜEÑAS

CIGÜEÑAS

     Las cigüeñas han vuelto a la Prioral. Una docena de parejas anuncian, desde su ático plateresco con vistas al Guadalete, la buena nueva de una primavera más urgente y necesaria que nunca. Siglos llevamos viéndolas regresar cada febrero, construir su hogar a ras de cielo, prepararse coquetas para la llegada de sus cigoñinos, acompañar pacientes a sus crías cuando se estrenan con sus primeros vuelos, emigrar a tierras más cálidas antes de que empiece el frío.

     Se alegra uno de saludar de nuevo a estas vecinas viajeras que anuncian tardes más cálidas y luminosas, y también de recordarlas como garabatos en el tiempo y el templo sagrado de la infancia, cuando volaban desde Paris sobre un cielo protector poblado de mitos, con un hermano, un primo o un vecino nuevo envuelto en una sábana blanca colgada del pico, atravesando por nuestro mapa del libro de Geografía los Pirineos, la Cordillera Ibérica y la Depresión del Guadalquivir, hasta dejarle, sano y salvo, en la cuna. A veces, tal como contaba Gila, sin cruzarse siquiera con la madre del bebé, que había salido a pedirle perejil a la vecina.

     Han vuelto las cigüeñas, y, según nos cuentan los ecologistas, los responsables de la Prioral han incumplido el compromiso que le impuso la Junta de instalar plataformas de nidificación alternativa, en sustitución de los nidos que fueron retirados en octubre pasado debido a los daños que  provocaban en la iglesia. Otros pájaros más oscuros, no estas hijas adoptivas del barrio alto, son los responsables directos del deterioro del monumento.

     Nada sabemos de las creencias de las cigüeñas, aunque “si la cigüeña canta/arriba en el campanario/que no me digan a mí/que no es del cielo su canto”. Su fe en la primavera y su entrega incondicional a los más cercanos están también  más que acreditadas. Los griegos las consideraban un ejemplo de buenos padres. Para los romanos eran pájaros sagrados, pues a su cuidado estaban la protección de la mujer y de los recién nacidos.

     Desahuciar de su casa de toda la vida, de  nuestra  casa y de la casa del Señor (las tres son la misma casa) a unas criaturas tan libres y a la vez tan pendientes siempre de los suyos, eso sí que es un ataque a la naturaleza y a la estabilidad de la familia.   

     (Diario de Cádiz, 1 de marzo de 2013)

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