SOLDADO VALEROSO DEL ARMA DE INGENIEROS
El niño que creyó que el Cangrejo Rojo era el apodo de algún militante comunista en la clandestinidad, el chaval que unos años más tarde correteaba por las arboledas perdidas de Crevillet, se ha hecho mayor. Bueno, más o menos. Ha estirado de largo y ha encogido de ancho, aunque sigue teniendo la cabeza llena de pajaritos, como las copas de los cientos de pinos que oxigenan las rutinas y los días de los pobladores de La Puntilla. Madura, con altibajos, adecuadamente. El bolero dirá lo que quiera, pero 20 años, y más si son los primeros veinte años en la vida de uno, ya es algo.
En la primavera de 1984, el “Mendo” (diminutivo con el que el tal Mendoza es conocido en su barrio) es agraciado con un viaje a Palma de Mallorca con todos los gastos pagados, exactamente al Centro de Instrucción de Reclutas General Asencio. Aunque lo ha intentado, no le han dejado renunciar al premio. Ni es hijo de viuda pobre, ni tiene los pies planos, ni un hermano en la mili, ni es corto de vista (sólo cortito). Así que el 15 de abril parte con un petate en el que su madre le ha metido dos mudas limpias, algunos productos para el aseo personal y todas las latas de la sección de conservas del Eco del Puerto. En los bolsillos lleva la cartilla militar, dos mil pesetas y dos billetes. Uno de tren, que cubre la ruta Cádiz-Valencia, y otro de barco, de Valencia a Palma.
El primer trayecto se le hace interminable, pero la travesía por el Mediterráneo, que transcurre de noche en un ferry con discoteca, la disfruta como si fuera un pasajero de esos ricos de Vacaciones en el mar. El “Mendo” se despide a lo grande de su vida civil, hasta el punto que, entre cubatas de garrafón y melodías dulzonas, se le olvida a dónde va. Radio Futura le anticipa lo que le espera, pero él, absorto en darle marcha al espinazo, no capta la metáfora: Arde la calle al sol de Poniente, hay tribus ocultas cerca del río, esperando que caiga la noche, hace falta valor, hace falta valor... A su llegada a puerto, a primera hora de la mañana, la Policía Militar le refresca la memoria y le deja bien clara su nueva identidad. Es un pringao de mierda que ha perdido su condición humana, un guripa que se va a cagar por las patas abajo en cuanto llegue al campamento y al que se le va a hacer la mili muy muy larga. Hace falta valor.
Tras dejarse las suelas de las botas, el ánimo y los porqués en el patio de instrucción, abandona la denostada condición de recluta y jura bandera. El “Mendo” es ahora el “Cádiz”, bulto (soldado novato recién llegado al cuartel) natural de una provincia en la que, según un brigada chusquero, sólo hay maricones. En Palma, sin embargo, como su propio nombre indica, no caben más machotes, dice ese presidente del club de fans de Millán Astray que prohíbe leer en el tiempo libre, pues es una cursilada que atenta contra la virilidad del semental patrio. Tampoco está bien visto llorar. Llorar es la mayor de las mariconadas, salvo ante la bandera, que es todo lo contrario. En qué quedamos.
A pesar de la prohibición, el “Cádiz” derrama algunas lágrimas de alegría al conocer su nuevo su destino: cuartel de Ingenieros XIV, oficina de Auxiliaría (contabilidad), escribiente. Un escribiente maricón, lector y llorón pero con más suerte que un quebrao. Una prueba de mecanografía a última hora le ha librado de ingresar con la práctica totalidad de su reemplazo en el Regimiento de Infantería Palma 47, un destino terrible en el que la excelencia castrense se alcanza dando barrigazos y acumulando maniobras militares en la oscuridad.
Con las gratificantes excepciones de algunos militares decentes, cultos y demócratas, la patria sigue siendo el último refugio de muchos canallas: órdenes absurdas, matonismo estrafalario, moral de rebaño, fascismo ambiental, gritos de borrachos en la noche… Pero es también un espacio de socialización en el que se aprende a convivir entre iguales muy desiguales (listos y torpes, ricos y pobres, generosos y egoístas), a sentir compasión por el más débil, a entender para siempre el significado exacto de la palabra amigo.
El soldado valeroso del arma de ingenieros (cantemos a la patria con recia fe y amor, etc.) pasa el verano entero en la capital de la isla de Mallorca, cuyas playas, a las que acude los fines de semana de libranza, son un Cangrejo Rojo interminable lleno de tentaciones incluso para los de Cádiz. Juega al fútbol en el C.D. Andraitx, donde gana un dinerillo extra y el cotizado privilegio de ser eximido de servicios los sábados y domingos. Es, a pesar de todo, más o menos feliz.
El “Mendo” vuelve a El Puerto, con dos semanas de permiso, el 8 de septiembre, tras tres meses y medio desaparecido en combate. Le queda aún mucha mili. Pero, tras bajarse del tren, mientras camina despacio por la ciudad con la que ha soñado todas y cada una de las noches en las que estuvo ausente y que esa mañana le parece más bella que nunca, intuye que ha dado otro estirón, esta vez por dentro. Todavía, veinte años es algo pero no mucho, no alcanza a comprender su alcance.
(Diario de Cádiz, 25 de agosto de 2013)
2 comentarios
Francisco Gómez -
(Diario de Cádiz, 25-08-2013)
salvador gonzalez -