EL PUERTO EN UN, DOS, TRES
El miércoles le dieron el premio Ondas al concurso Un, dos, tres, probablemente el más famoso de la historia de la televisión española. Lo merece. No había share entonces, ni el INE midió nunca el número de personas con silla de enea bajo el brazo que podían apretujarse aquellas noches de los viernes de los primeros setenta en la humilde salita de una casa de vecinos. Pero cuando la calabaza Ruperta se asomaba cantando que ya estaba con nosotros otra vez, la audiencia se disparaba, y si no andabas listo tu cuota de pantalla dependía de la dimensión de la permanente de la vecina que te tocara delante.
En su primera etapa (1972-1973), Chicho Ibañez Serrador retrató con ironía y sutileza la decadencia de una España rancia en la que lo viejo no terminaba de morir y lo nuevo no acababa de nacer. En la parte negativa puso a Don Cicuta, símbolo del tardofranquismo que representaba el sector de la sociedad más inmovilista y puritano. En la positiva colocó a Kiko Ledgard, un inmigrante vitalista y sin prejuicios, un mago de las habilidades sociales y la psicología conductista. Y, por supuesto, a aquellas jóvenes espléndidas que vestían como el Sabadell, de piernas ebúrneas y falda minúscula, que nada tenían que ver con las secretarias con pinta de beatas que habíamos visto en algunas películas antiguas. A mí me gustaba Ana, la contable, capaz de multiplicar por cinco duros sin equivocarse y luego sonreírme mirando a la cámara para hacerme saber con disimulo que ella también sentía algo por mí.
Los portuenses tuvimos en aquella primera etapa del concurso nuestro minuto de gloria (de pena, más bien). Una pareja de farmacéuticos de la calle Luna concursó con tan mala fortuna que no acertó ni la respuesta que Kiko ofrecía siempre como gentileza de la casa. No está confirmado, pues las gestiones que este columnista ha hecho para contactar con los participantes han resultado infructuosas, pero, escuchada la voz de los Supertacañones con más memoria televisiva, pongamos que la pregunta pudo ser más o menos así: “Hagan un recorrido por países de Europa y América con el estrecho de Bering congelado. Por ejemplo, España. Un dos tres responda otra vez”. Y nuestro paisano respondió: “Alaska”. La dulce Ana, que aquella noche me miró con una infinita tristeza porque sabía que eran de mi pueblo, sentenció al borde de las lágrimas: “Han sido cero respuestas acertadas, por veinticinco pesetas, cero pesetas”. Tampoco nos clasificamos para la subasta, con lo que ni coche ni apartamento en Torrevieja ni na de na.
La vecina de enfrente dijo que los nervios eran de toda la vida de Dios muy traidores. Mi padre, enfadado y con su orgullo portuense a la altura de los túneles de la Prioral, le contestó que, trabajando en una farmacia, se podían haber tomado antes tres o cuatro tilas.
(Diario de Cádiz, 22 de noviembre de 2013)
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