UNO DE LOS NUESTROS
Como todos los niños de mi generación yo también quise ser futbolista. Cruyff, Beckenbauer o Gárate mismo. Cualquiera de los tres me valía. Era tan bueno como ellos, pero dos problemas, solo dos, me impidieron alcanzar la gloria. Uno era la pierna izquierda. El otro era la pierna derecha. Una verdadera lástima, porque con el balón lejos de mis pies yo era muy bueno y el equipo ganaba en confianza.
Mis recuerdos de partidos oficiales en vivo y en directo los sitúo en el colegio La Salle, mediados los 70. Mi padre y yo íbamos los domingos por la mañana a echarle una mano en el bar a mi tío Manolo, el Zotea. ¡Ay, aquellas ligas de veteranos, aquel ambiente soleado y feliz en el que olía a fritanga, varón dandy y linimento! En el álbum de cromos (cada vez con más huecos) de mi memoria, puedo ver a los jugadores del San Eloy, de Gráficas Andaluzas, del C.D. Exportación, las patillas muy largas y las calzonas muy cortas, el tiempo amarillo sobre las fotografías. Aquellos partidos memorables congregaban a muchos más espectadores que los que acudían al Cuvillo a ver al Racing.
Yo soñaba con estar federado. Estar federado era, junto a tener bici y echarse el humo a pecho, la única manera de ser alguien en la pandilla. Estar federado era jugar con equipaciones completas, marcar goles en porterías con larguero y llegar a casa ya duchado sin que tu madre te preguntara a gritos dónde demonios te habías metido. Un día el sueño se cumplió: me ficharon los del Estudiantes de la Playa. Fue como si Kubala me hubiera convocado para el mundial de Argentina. Ya de juvenil vestí la zamarra del San Marcos y la de La Salle. A pesar de mis dos problemillas. Al fin y al cabo, nadie es bueno solo. Somos mejores juntos.
Un grupo de chavales de aquella época, adolescentes que ya pasan de los 50, se van a levantar el domingo 19 de abril con la misma ilusión con la que madrugaban entonces para disfrutar del partido de la jornada. Desayunarán, prepararán la bolsa, en el camino hasta el campo marcarán goles increíbles, volverán a gastarse las mismas bromas de siempre en el vestuario. Y recordarán, con emoción agradecida, a Luis Miguel Paradela, uno de los nuestros. Aquel central noble y elegante que esté donde esté nunca jugará solo.
(Diario de Cádiz, 10 de abril de 2015)
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