AMERICANOS
No quiero dármelas de interesante, pero un servidor fue probablemente el primer niño español que militó en la causa del Yankee go home. Tendría siete u ocho años y no entendía una papa de inglés, más o menos como ahora. Scooby-doo, the end, corner, chinco chicles Cheiw y poco más. Tampoco sabía que vietnamitas y cubanos eran aliados en mi batalla por repatriar a los sobrinos del tío Sam y del tío Gilito. Yo luchaba por libre, como Kung fu. A mi manera, como Frank Sinatra. Pero nadie deseaba tanto que los americanos dejaran la base naval y su anexión, la Venta El Nene.
Para empezar, yo defendía que vinieran a Rota cuantos más militares mejor. A poder ser matrimonios gastones con muchos hijos. Una terrible contradicción, ya lo se, pero quién no las tiene, y más a esas edades. Luego, ahí sí hacía piña con las fuerzas vivas de la izquierda antiamericana, estaba de acuerdo en que en dos o tres años se largaran con la música chillona a otra parte.
El comando subversivo la formábamos mi tío Ángel y yo. Él era el brazo ejecutor y yo el ideólogo. El plan era muy sencillo. Yo presionaba a mi tío cada vez que iba por casa para que se enterara si alguna familia iba a dejar la base. Y mi tío, que trabajaba de lechero en el recinto militar, se ponía a investigar sobre el asunto. En cuanto confirmaba una mudanza, se hacía con las coordenadas exactas de lugar donde iban a dejar la mayoría de sus pertenencias, pues casi todas las familias optaban por partir ligeras de equipaje.
Una vez cumplida la misión, nuestro hombre en la base, el cuarto rey mago por parte de madre, aparecía por la calle San Sebastián con la lambretta hasta arriba de bolsas con ropa y juguetes. Fuimos durante unos años los más modernos del barrio. Mientras nuestros vecinos seguían vistiendo como Pablito Calvo en Marcelino, pan y vino, nosotros ya llevábamos vaqueros y camisas gordas de cuadros como el niño de Furia.
En los primeros setenta, mi casa fue, como el resto del mundo, uno de los muchos patios traseros de los EE.UU. Es verdad que si exceptuamos el gas lacrimógeno que llevaban los episodios de La Casa de la Pradera o los huevos podridos de Halloween que nos lanzaron muchos años después, nunca nos han bombardeado. Al menos por ahora.
(Diario de Cádiz, 15 de julio de 2016)
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Antonio Pérez Brea -