1981: EL VERANO QUE DURÓ NUEVE MESES
Veníamos de un invierno largo y criminal. En febrero, un tipo patibulario y bigotudo intentó que volviéramos a aquellos días oscuros, a aquel frío de posguerra. El salvapatrias, que parecía recién salido de una escena de Luces de Bohemia, se coló en el Congreso de los Diputados exigiendo pistola en alto que nos tiráramos todos al suelo. A un periodista sueco su jefe le exigió un titular urgente que resumiera lo que estaba pasando esa noche en España. El plumilla miró la foto de Tejero y escribió: “Un torero asalta el Parlamento español”. Siglo y medio de pronunciamientos esperpénticos habían transmitido al mundo la imagen de un país también políticamente folclórico. En Cádiz, al día siguiente, el cuarteto Cuatro Parlamentarios Parlanchines y Estrafalarios parodiaba en el Falla el intento de golpe de estado invitando al patio de butacas a tirarse al suelo pero de la risa. Cómo va a ser lo mismo, por el amor de Momo, empuñar plumeros que empuñar pistolas. El golpe, felizmente, no triunfó. Aunque hay quienes dicen que sí.
La primavera tampoco hizo retoñar ese geranio que según Gloria Fuertes nos saca siempre del invierno. En mayo una extraña enfermedad provoca en sus inicios 25 muertos y 2.000 afectados, sin que las autoridades sanitarias sepan explicar qué está pasando. No fue hasta bien entrada la canícula cuando los expertos descubrieron la causa de lo que se llamó la neumonía tóxica: el aceite de colza adulterado. No se usted, pero yo acabo de terminar cuarto de FP en la rama de Administrativo y Comercial, en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia. En mecanografía ya supero las 250 pulsaciones por minuto. Como en las olimpiadas, esa es para el Padre Martínez la marca mínima exigida en las oficinas para colocarse.
El caso es que aquel verano teníamos muchas ganas de sacudirnos el invierno oscuro que pudo ser el último de nuestra juventud en democracia. En julio se aprueba la Ley del Divorcio. “No podemos impedir que los matrimonios se rompan pero si podemos impedir el sufrimiento de los matrimonios rotos”, declaró su mayor valedor, el ministro de Justicia, Francisco Fernández Ordoñez, que fue machacado por la jerarquía católica y por los democristianos de su propia partido, la UCD. Pero la gente se sigue casando por la iglesia. Hasta por la anglicana. El 29 de julio contraen matrimonio Charles Philip Arthur George Windsor y lady Diana Spencer. Charles es hijo de la Beli (de la segunda) y del Felipe, de los York de toda la vida. La pareja empezó su viaje de novios en nuestra provincia, concretamente en Gibraltar, una pedanía de La Línea. A los reyes de aquí les debió parecer que iniciar la luna de miel en un páramo con dos calles y tres o cuatro monos era de un cutrerío insoportable. Y aunque fueron invitados a la boda, no asistieron, amargándoles el día más feliz de sus vidas a esos dos pobres inmigrantes en tierra de penumbras. No hay constancia de que se dejaran caer con algún regalo, aunque fuera una flamenca y un torero para encima del televisor. O un guardia civil.
En el mismo mes se chapan por última vez las celdas, ya sin nadie dentro, del penal de El Puerto. Abierto en 1886, por ese pudridero de hombres pasaron políticos de la talla de Ramón Rubial o Lluís Companys. Pero fue El Lute, con su huída en la nochevieja de 1970, el que vengó de alguna forma el sufrimiento de todos los que allí fueron represaliados durante la dictadura. Eleuterio Sánchez aprovechó un descuido de sus vigilantes, saltó lo muros de aquel infierno y caminó hasta reventar, con Estrellita Castro y las Carceleras del Puerto como banda sonora de la huída.
La lista de éxitos musicales la encabezaba “El baile de los pajaritos”. Una canción que había que bailar agitando los brazos como si nos infláramos a nosotros mismos y moviendo el culo para abajo como si nos estuviéramos acoplando en la taza del váter. Los que perpetraban la canción eran una tal María Jesús y un acordeón. Hasta esas fechas, que uno supiera, sólo Micky y su armónica y Manolo el del bombo habían incorporado su instrumento a su nombre artístico. También triunfaba “Caliente, caliente”, de Rafaella Carrá, una mujer que siempre estaba pensando en lo mismo. Y Caperucita Feroz, de la Orquesta Mondragón, que ya no era una niña inocente, sino una mujer completamente liberada, como la Carrá. Ahora era al lobo al que le daba miedo de ella. “Yo lo que quiero es tu cuerpo tan brutal, y lo que adoro es tu fuerza de animal”, le gritaba en medio del bosque con la trenca roja por los tobillos. Cómo había cambiado el cuento.
Pero lo mejor de aquel verano es que fue larguísimo, como los de la infancia. Después de la Virgen, los bañadores y la pelota de Nivea no fueron deportados al altillo como todos los años. TVE había decidido prorrogarlo cinco meses más (de octubre a febrero), invitándonos a seguir veraneando en Nerja sin salir de casa, con la pandilla de Verano Azul. Cualquiera nos movía del barco de Chanquete y del sofá. Muchos años después no enteramos de que la serie estuvo a punto de rodarse en nuestra provincia, pues Antonio Mercero prefería la arena de estas playas a las de Málaga. Pero la distorsión que el viento de levante podía ocasionar sobre el sonido nos privó de ser vecinos de Tito y del Piraña. Igual hoy hubiéramos estado sacándole los cuartos a los turistas con la Dorada anclada en el paseo de La Puntilla, unos pósters de los niños colgados en el parque Calderón y una visita guiada por las mesas del Bar Vicente “Los Pepes”, donde hubieran jugado al dominó Chanquete, Buzo y Frasco.
Nueve meses seguidos de verano, de junio a febrero, nos pegamos ese año en el que Chanquete perdió su primera vida. Nos lo merecíamos, después de aquel invierno en el que el tipo patibulario del bigote intentó que aquel fuera el último verano en libertad de nuestra juventud.
(Diario de Cádiz, 8 de agosto de 2016)
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