ORGULLO Y PREJUICIOS
Soñé que llegaba al gimnasio y estaba cerrado por defunción. Me asusté pensando que algún conocido pudiera estar de cuerpo presente de una forma menos saludable que la que nos congregaba allí cada tarde, criando malvas en lugar de cultivando abdominales. No somos nadie y en calzonas menos.
Enseguida llegó un grupo numeroso de usuarios y desplegó una pancarta. “La carne es débil, pero la mente lo es más”, podía leerse. El líder era un tipo con el que me cruzaba algunos días y que me caía fatal. Llevaba la cara taladrada de argollas, lucía tatuajes hasta en el MP3 y siempre me lo imaginaba escuchando a Andy y Lucas mientras se machacaba los bíceps haciendo pesas. Le pregunté, con el orgullo vano del que se cree superior intelectualmente, que de qué iba aquello: “Protestamos por la muerte de la Filosofía. Y estoy aquí en mi doble condición de seguidor de Aristóteles y de culturista. Me duele en el alma y en el cuerpo, que son, como dijo el Estagirita, una unión sustancial, a partes iguales".
Un veinteañero con gorra y una mochila a la espalda, con pinta de haber exterminado a varias generaciones de Pokemons, también tomó la palabra: “Yo soy más de Plutarco. Creo que lo que logramos internamente termina cambiando nuestra realidad exterior. Todo está permitido si dejamos de usar ese tonificador ético que muscula el alma y, por ende, transforma la vida".
Un tipo de casi dos metros de alto y de ancho, depilado de las cejas a los tobillos y que llevaba una camiseta de Sergio Ramos, expuso con la voz entrecortada que cada vez que cogía de su biblioteca un libro de Santo Tomás, se le transustancionaba el alma, se le transustancionaba. Eso dijo. Algo parecido a lo que le pasaba a Rocío Jurado, pensé avergonzado por no estar a la altura.
Una monitora de zumba, que llevaba una recreación del mito de la caverna repellada en un gemelo, confesó entusiasmada lo que había cambiado su existencia desde que, gracias a Platón, se había mudado del mundo de lo sensible al mundo de las ideas. “Es un barrio más seguro y en el que se sufre menos”, sentenció aeróbicamente.
Me desperté cuando la señora de la limpieza, que también había acudido a la protesta, disertaba sobre la mayéutica de Sócrates. De camino al baño, a oscuras, pensé en el mundo sensible de Sócrates, pero la idea de Sócrates me lo reveló trazando diagonales imposibles en el centro del campo del Brasil del 82.
0 comentarios