PACO PEPE
En los últimos días del invierno de 2011 yo andaba intentado poner en pie el encargo que los Amigos de los Patios Portuenses me habían hecho: escribir veinte o treinta folios para presentar su fiesta grande. Tenía la idea, pero el trabajo no despegaba. La papelera de reciclaje rebosaba de textos aburridos, previsibles, sin climas ni matices. Una tarde abrí la carpeta de la memoria en la que almacenamos paisajes, paisanajes y décadas, y di con el recuerdo de una sobremesa, datada en enero de 1971, en la que vi por primera vez a mi pueblo en el telediario. La fama nos llegó gracias a las desventuras de un quinqui que saltó los muros del penal. Era mejor estar muerto que verse allí pa toa la vía.
A una musa de esas que siempre pasan de mí, y que cuando no andan de vacaciones están de asuntos propios, le debí dar pena y me susurró al oído que la historia de la huída de El Lute podría ser uno de los relatos sobre los que construir mi trabajo. Me recomendó también que llamara a Francisco José Román para proponerle que recreara en un audio la que fue la sin duda la noticia de ese año. El año en el que los niños vivimos peligrosamente acojonados. El año en el que aquel analfabeto perito en fugas caminó hasta reventar haciendo más kilómetros que Ángel Nieto, Luis Ocaña y Mariano Haro juntos.
Aunque me daba mucho apuro, cumplí a rajatabla el encargo de la musa mediática con la esperanza de ganármela para siempre y de que a partir de entonces me escribiera las columnas como hacía con los escritores en condiciones. Al otro lado del teléfono, el periodista me dijo con la misma entonación solemne con la que abre un informativo: “Haré lo que pueda”.
Lo que pudo lo hizo en media hora, que fue lo que tardó en enviarme el audio. “Sí, atención, interrumpimos nuestra programación para contarles que El Lute se ha fugado del penal aprovechando la relajación navideña. Prosigue a esta hora la búsqueda por los bosques portuenses y por la campiña de Jerez…”. El niño que va siempre conmigo pegó un respingo de la silla de enea en la que en ese momento oía la radio en el número 17 de la calle San Sebastián. Primero orgulloso de oír por primera vez en el parte el nombre de su pueblo. Luego, muerto de miedo en la cama, ya de noche, viendo como el fugitivo está escondido detrás de las cortina de su habitación para, en cuanto sus padres se duerman, retorcerle el pescuezo como a las gallinas que roba.
A Paco Pepe, que con su regalo me salvó un pregón condenado al fracaso, le han concedido, junto al resto de su equipo, el Premio Andalucía de Periodismo por su programa “Surco y marea”, en el que nos cuenta la actualidad andaluza agrícola y pesquera. De dónde venimos, quiénes somos, de eso va su espacio. El relato fundacional de nuestra tierra, en fin, en este tiempo servil en el que nuestra identidad comunitaria y nuestro orgullo cívico han alcanzado mínimos históricos. La nostalgia de lo que ni siquiera sabemos que hemos perdido.
Escucha uno a diario a Paco Pepe, su manera de ejercer dignamente ese periodismo de proximidad a cuyos pechos se crió uno, y vuelve a aquellos días de radio en familia en los que lo verdaderamente universal sucedía en el pueblo, en el barrio y en la casa de uno. Si yo tuviera que ponerle voz a El Puerto que amo y en el que me reconozco como vecino, le pondría la voz antigua, elegante y cercana de Paco Pepe.
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