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El blog de Pepe Mendoza

CASABLANCA

CASABLANCA

     Se van a cumplir 75 años del reencuentro probablemente más romántico e inesperado de la historia del cine. De todos los garitos de todos los pueblos del mundo, ella ha tenido que entrar en el suyo, también es casualidad. Accede acompañada por su marido, un reputado líder de la resistencia contra el fascismo. Ella es Ilsa, la mujer que lo abandonó en Paris sin darle explicaciones. Él es Rick, el administrador del exclusivo club  nocturno en el que conspiran cada noche ciudadanos de la Francia de Vichy, oficiales de la Alemania nazi, asilados políticos, ladrones y contrabandistas de todos los pelajes. Rick, un cínico con el corazón en ruinas, es el jefe de la banda. Aunque contra quien de verdad conspira a tiempo completo es contra sí mismo, contra la mordedura  de un pasado en el que fue feliz.  Con Ilsa.  Por Ilsa.

     De eso va Casablanca, del vano ayer. De la relación efímera pero eterna entre un hombre y una mujer que se enamoraron perdidamente mientras el mundo se desmoronaba. Del duelo largo del adiós. De las segundas oportunidades. Del encarnizado combate entre el deber y el placer. De las trampas de la memoria. De los claroscuros de la vida. De todas las vidas. Porque todos hemos estado alguna vez en aquel Paris que Rick e Illsa disfrutaron juntos, que es un lugar sentimental, un paraíso perdido en el que vivimos, éramos jóvenes e inmortales, la plenitud de un amor imposible. Casablanca es nuestra porque todos guardamos en algunos fotogramas de la memoria una historia feliz y triste en la que ya no sabemos cuánto hubo de real y cuánto de  ficción. Una verdad mentirosa. Una mentira verdadera.  Puro cine.

   Se cumplen 75 años  del reencuentro probablemente más romántico de la historia del cine, del principio de una bella amistad. Y ahí siguen, agazapados entre la niebla, Rick e Ilsa. “Siempre nos quedará París. No lo teníamos, lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca, pero lo recuperamos anoche”. Y ahí seguimos también nosotros. En el París íntimo y personal que siempre nos queda. Porque a diferencia del presente, que vive solo la fugacidad de los estrenos, el pasado sí tiene reposiciones.

     Tócala una vez más, Sam.  En recuerdo de los viejos tiempos.

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