CARTA ABIERTA A PABLO IGLESIAS
Sr. D. Pablo Manuel Iglesias Turrión:
Leí hace unos días en un periódico digital que aboga usted por legalizar la marihuana para su “consumo recreativo”. En su opinión, España debería aprovechar los enormes beneficios fiscales que deja su venta, llegando incluso a proponer la creación de una empresa pública que gestione su exportación al resto del mundo. Marihuana Marca España, denominación de origen. Nada personal, solo negocios, que diría Vito Corleone.
Para defender su tesis asegura que “el mayor problema que genera el cannabis no es de salud pública, sino la delincuencia y la explotación asociadas al tráfico ilegal”. No sé qué datos maneja usted, pero los que yo he consultado sí que certifican que el consumo de canabis entre los más jóvenes es ya un grave problema de salud pública en nuestro país. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud, revela que un 22% de españoles de entre 15 y 24 años es adicto al canabis. Conozco a algunos. Y a algunas de sus familias, la mayoría de clase obrera, víctimas silenciosas de sus cambios bruscos de humor y de su agresividad, testigos dolientes y desesperados de sus bajadas en el rendimiento académico, de su pérdida de interés por sus aficiones, por sus actividades, por sus antiguas amistades. La Asociación Proyecto Hombre, que algo sabe del tema, ha dicho que el aumento del consumo es un dato muy preocupante, y ha alertado de que la percepción del riesgo de ese consumo en España se banaliza. Para muchos, incluido usted, está incluso bien visto porque piensan que es inocuo. La realidad, dice la misma ONG, es bien distinta: entre el 30 y el 40% de los episodios psicóticos en hospitales se producen como consecuencia del consumo de marihuana. Perdida y desarmada la conciencia de clase, parece que un sector de la izquierda no ve inconveniente en que los jóvenes pierdan también la conciencia de la vida real.
Como soy algo mayor que usted, permítame que le cuente una batallita no de abuelo, que uno todavía se conserva en un aceptable estado de revista, sino de padre Cebolleta. Pasé mi adolescencia en un barrio marginal de El Puerto de Santa María, en un piso de esos de currantes con los que se sigue identificando social y emocionalmente el alcalde de Cádiz, su compañero Kichi. La única casta que conocí fue la que le echaban las familias a sus vidas para sacar adelante a sus hijos en una barriada que tenía varios nombres, como los niños de familias bien: Maestro Francisco Dueñas Piñero en el nomenclátor, los pisos del Sindicato para los nativos y el Distrito 21 para la policía. En los primeros 80, casi todas las semanas amanecía algún chaval tieso en la casapuerta de algún bloque, con una aguja taladrada en la vena y una goma amarrada al brazo, las mismas que utilizaban en sus tiradores cuando eran más pequeños para cazar gorriones en el pinar. Todos se iniciaron, “recreativamente”, consumiendo hachís y marihuana. El instinto vital de mi Ángel de la Guarda y el de otros ángeles fieramente humanos que salieron a defenderme me libró de vivir rápido y morir joven.
No entro en el debate eterno de si las drogas deben ser legalizadas o no, porque, sinceramente, sigo sin tenerlo claro. Pero comprenderá usted que su pronunciamiento a favor de que el Estado hago caja con el dolor de los más jóvenes y los más pobres (la clase alta siempre ha solucionado sus miserias a golpe de talonario) no solo no es de izquierdas, sino que me parece profundamente reaccionario. Cuando se tiene una edad biológica de 18 años pero todavía se es un crío perdido en un bosque acechado por lobos, el consumo no es nunca, señor Iglesias, un ejercicio de libertad responsable. Declarar, además, que sería fantástico que con la venta de marihuana se pudieran sufragar los gastos de sanidad y los servicios públicos me parece de un cinismo insoportable. En una paradoja perversa, las familias con hijos adictos que contribuirían con sus modestos salarios a engordar el PIB subvencionando inconscientemente el consumo de sus hijos, serían las mismas que luego acudirían a los servicios sociales a pedir ayuda para desenganchar a sus chavales.
Permítame solo un par de preguntas más. ¿Cómo explica usted que hayamos hecho un esfuerzo tan encomiable para reducir el consumo del tabaco y ahora nos resignemos a que la marihuana circule patrocinada por el Estado como si fuera una chuchería? ¿Por qué es progresista combatir el tabaco y conservador oponerse a la legalización de la marihuana? La cuestión es demasiado seria y dolorosa para que usted la despache con una frivolidad más, marca de la casa: “Si es con marihuana, a lo mejor hasta con Felipe González se puede fumar la pipa de la paz”. Fume usted recreativamente marihuana cuando quiera y con quien quiera, que ya es adulto y sabrá lo que hace. Pero haga el favor de no lanzar a los jóvenes españoles el mensaje de que consumir droga es recreativo, moderno, de izquierdas y guay.
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