DIARIO DE UN CARTUJO COQUINERO EN LUCHA CONTRA EL CORONAVIRUS (I)
DIA PRIMERO
Como en casa en ningún sitio, como en casa en ningún sitio, repito incesantemente mientras voy de mi corazón a mis asuntos, del jabón a los pañuelos, de mi mujer a mis hijos. Los reúno en décima convocatoria y les informo que he asumido en el espacio Mendoza el liderazgo que me piden la Organización Mundial de la Salud, el presidente de mi país, el de mi comunidad autónoma, el alcalde de mi ciudad... Y, sobre todo, Fernando Simón, ese tipo que si mañana me dice que en vez de saludar con el codo ahora hay que saludar con el culo, allá que voy yo a celebrar la amistad como si estuviera bailando Los Pajaritos.
Como en casa en ningún sitio, como en casa en ningún sitio, ya me he enterado papá, me reprocha un tal Pablo, que por lo visto es mi hijo y sigue viviendo aquí (de lo segundo me acabo de enterar). Almorzamos juntos y comemos como si fuéramos la familia de ese señor mayor que ha pillado una modalidad del coronavirus de la que aún no hemos tenido tiempo de enterarnos bien: el corinna virus. El menú es de la Asociación Saharaui, cuya cena ha sido suspendida por razones obvias. Han llamado a los asistentes para que lo retiren y la comida no se eche a perder. Los venden por el irrisorio precio de ¡3 euros! Surtido de patés, semi-gazpacho de remolacha con ventresca de atún, vol-au-vent de puerros y champiñones con langostinos, lingote de ternera con cous cous especiado, strudel con frutos secos, crumble, perfect de plátano y caramelo salado. ¡3 euros, por el amor de Dios, de Alá y de Fernando Simón! Como sigamos comiendo así toda la cuarentena vamos a tener que pedir un préstamo a Cofidis para comprar papel higiénico.
En la sobremesa, mi hija Irene propone jugar al Monopoly, pero a mi me da cosa, aunque sea un juego, pasear por la calle de Alcalá con la falda almidoná y los nardos apoyaos en la cadera. Un juego sí que es, por lo visto, la recomendación de las autoridades sanitarias de no salir de Madrid para algunas familias de la capital a las que veo por la playa de Las Redes en pandilla, desafiando la cuarentena con premeditación y chulería. Los veo porque he salido a correr. Amado Fernando Simón: ¿correr se puede?
Como en casa en ningún sitio, como en casa en ningún sitio, ya nadie me escucha, pues cada uno anda encerrado en su cuarto con sus móviles y sus tablets, desafiando ya también desde el primer día el concepto de equipo y mi incuestionable autoridad de Pater Familias. Me siento triste y solo. Abandonado, como si fuera un manojo de brocoli en un stand de Carrefour.
Ya es de noche y me retiro a mis aposentos con el libro "Un antropólogo en Marte", de Oliver Sacks. Como antropólogos en Marte nos sentimos muchos en estos días, contemplando las actitudes incívicas de muchos de nuestros compatriotas, que confirman que el Apocalípsis, cuando venga, será una cosa muy tonta sin participación divina. Una cosa muy tonta provocada por millones de tontos.
Mañana sera otro día, el primer día en estado de alarma. Una buena noticia en este tiempo de clausura civil es que, probablemente, no sonarán en la radio los anuncios terroríficos de Securitas Direct, no me digan que no es maravilloso. Buenas noches, a todos, especialmente a Fernando Simón. Pepe Mendoza, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo.
(13 de marzo)
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