DIARIO DE UN CARTUJO COQUINERO EN LUCHA CONTRA EL CORONAVIRUS (IX)
DÍA NOVENO
En el día de la poesía, probablemente el más duro desde que se decretó el estado de alarma, he decidido castigar al móvil sin salir unas horas. Sin salir de la mesita de noche. Por salud emocional, ahora que las defensas empiezan a pasar hasta del Actimel, necesito ignorar información, opiniones y mensajes que restan y dividen. Los que promocionan el enfrentamiento, la maledicencia, la desesperanza.
Las redes están llenas de resentidos sociales de todos los bandos que militan en el cuanto peor mejor si ello les sirve para reforzar sus tesis. Hay miles de profesionales dejándose la vida en hospitales, residencias de ancianos, centros de menores, etc., trabajando a destajo para poner diques a esta tragedia sin precedentes. Su ejemplo debería servir también para que el resto estemos a la altura de las circunstancias, ejerciendo un patriotismo sin trincheras. Ya tocará analizarlo todo cuando los sanitarios y los enfermos vuelvan a recuperar la salud física y mental perdida. Lo único que me parece urgente y necesario, cuando el coronavirus sea desarmado, es un Pacto de Estado para blindar la Sanidad y que no vuelva a haber recortes nunca más. Salir todos los días al balcón a dar las gracias a nuestros heroicos cuidadores y luego, cuando todo pase, volver a dejarlos tirados, que es dejarnos tirados a todos, sería de una ingratitud superlativa. Una traición a la patria. La primera gran manifestación multitudinaria del día después de esta guerra, la guerra de nuestra generación, debería ser esa.
Huyo, por tanto, del mundanal ruido mediático, como salta la poesía en estos días de los libros para anidar intramuros en las cocinas, los salones, las conversaciones en familia, las videollamadas, el teletrabajo, las clases telemáticas de los chavales… Está muy bien toda esa eclosión de actividades, iniciativas y memes en los que nos hemos visto enfrascados en los primeros días de confinamiento. Ha sido una explosión de creatividad que nos ha recordado algo que debería ser evidente también en los tiempos de bonanza: que el arte nos consuela, aunque sea, nunca mejor dicho, arte de andar por casa. Sucede, lamentablemente, lo hemos ido comprobando conforme pasaban los días, que esta carrera no es de velocidad sino de fondo.
Así que hoy me refugio en la obra de hombres y mujeres poetas que a lo largo de la historia convirtieron el dolor en una herida luminosa. Y la socializamos y compartimos porque la poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita.
- "El dolor es el huésped; la alegría, la casa", nos recuerda Claudio Rodríguez.
- "Solo en la ilusión de la libertad, la libertad existe", asegura nuestro vecino luso del bloque de arriba a la izquierda, según se mira desde el balcón de Cádiz, Fernando Pessoa.
- "Soy una abierta ventana que escucha por donde va tenebrosa la vida, pero hay un rayo de sol en la lucha, que siempre deja la sombra vencida", proclama Miguel Hernández, el poeta que no cesa.
-"Un mar, creedme, necesito un mar, un mar donde llorar a mares y que nadie lo note", suplica Francisca Aguirre.
La vida transcurría de forma más o menos apacible, éramos más o menos felices cada uno a su manera, y, de repente, el abismo. Te crees que tienes un montón de problemas pero de pronto viene uno de verdad y te das cuenta que no tenías ninguno. El infierno siempre empieza poco a poco, con unas pequeñas llamas que nadie se molesta en apagar, reflexiona en voz alta mi amiga Rosa Montero.
No nos queda otra que cumplir con lo que se nos exige y esperar. Hay muchas cosas que esperar ahora que ha llegado esto tan inesperado. Cosas y sensaciones que solo echamos de menos cuando no las tenemos. El olor a tierra mojada. El aroma penetrante del mar. Un rayo de sol blanqueando de color hueso la arena de la playa. Salir todos juntos del hogar y que la casa vuelva a convertirse en esa inmensa cámara de ecos en que se convierte las mañanas de los días laborables. Una cerveza bien conversada en una terraza.
Intento animarme, recordando también las pequeñas acciones que organizan algunos amigos cercanos que además de leer poemas hacen justicia poética con la solidaridad. En El Puerto se ha creado un grupo llamado Acción Ciudadana. Cocinan y reparten alimentos para las personas sin hogar. En una semana se han dado 320 comidas y cenas y se han entregado bolsas de alimentos y productos higiénicos a 37 familias. Nosotros colaboramos con algo de trabajo y una pequeña aportación. Yo esta mañana salí a primera hora a entregar 10 mascarillas que ha confeccionado Isabel cabalgando a lomos de una máquina de coser Sigma heredada de su abuela, que se conserva divinamente. Me refiero a la máquina. La abuela, en el recuerdo, también.
Antes de irme a la cama, el maestro Manuel Alcántara me regala un verso que bien podría ser el lema de ese día en el que, más temprano que tarde, volvamos a pisar las calles nuevamente:
Para encontrarme conmigo
vuelvo a salir a la calle,
calle del tiempo perdido.
(21 de marzo de 2020)
0 comentarios