DIARIO DE UN CARTUJO COQUINERO EN LUCHA CONTRA EL CORONAVIRUS (XII)
DÍA DUODÉCIMO
En estos días hay en España dos tipos de personas. Las que no pisan su casa y se están dejando la vida en los hospitales, y las que no pisamos las calles y vemos cómodamente por televisión a los que se están dejando la vida en los hospitales. Ninguna de las situaciones es agradable, claro que no, pero hay una diferencia abismal entre el primero y el segundo grupo. La que va de la muerte a la vida. Por eso me parece indigno el gimoteo obsceno de esa legión de plañideras, ya entraditos en años, normalmente clase media alta, que se quejan por tierra, mar y Facebook de no poder salir de casa. Todavía es peor la chulería de todos esos listos que van más allá, inventando coartadas para quebrantar la cuarentena en gimnasios, bares y fiestas camufladas. De cárcel.
Yo habilitaría un pabellón y recrearía el Penal de El Puerto, pero el de la copla, aquel pudridero de hombres en el que los presos preferían estar muertos antes que verse allí para toda la vida. Eso sí que era un confinamiento de verdad. Una prisión que, como tantas otras en aquella España de la posguerra, no tenía nada que envidiarle a los centros de exterminio nazi durante la II Guerra Mundial. Según cuenta Manuel Martínez Cordero en su libro “El Penal de El Puerto de Santa María. 1886-1981”, el número desproporcionado de presos hacía que el ambiente en los dormitorios fuera irrespirable. A esto había que añadir la gran cantidad de chinches, piojos y moscas que convivían con los reclusos en el contexto de una suciedad extraordinaria. Recoge también Martínez Cordero el testimonio sobrecogedor de un recluso en el que hace referencia al hambre: “El terrible fantasma había ya proyectado su siniestra sombra en el Penal de El Puerto”.
Así que haga el favor toda esa caterva de Mártires de Interiores (la situación de las personas mayores es otra cosa) de dar gracias a diario por tener una familia, una casa y una nevera más o menos surtida. Como penitencia y perdón de ese pecado de egoísmo (no hay más pecados que ese), en una de las visitas festivas a la ventana en el día de hoy podemos hacer tres genuflexiones civiles. Una al Cielo raso, cada uno conforme a sus creencias. Otra a los súperheróes Los Increíbles de la Sanidad. Y una última a la familia desestructurada más grande del mundo, la de los Nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada, que no tienen ni familia ni casa ni nevera. Y ya de paso, le ponemos algo de poesía al acto de contrición y leemos algún pasaje antes de acostarnos de cualquiera de los libros del Evangelio de Eduardo Galeano. “El libro de los abrazos”, por ejemplo, ahora que tanta falta nos hacen. Los abrazos y él.
Pero vamos a terminar con un poco de humor, que me ha salido un crónica un pelín encrespada. El humor, esa modalidad traviesa del amor, que en estos días tan tristes hace que nos estemos riendo más que nunca gracias a esta descacharrante orgía de creatividad que ha tomado las redes. Hagamos el humor hasta llegar a la risa, tan imprescindible en estos momentos, en este tiempo hostil tan propicio a la desesperación. La risa, que es el orgasmo del alma, según el gaditano Edmundo de Ory.
Yo ayer casi tuve uno cuando vi a Mágico González recomendándonos en un vídeo que permanezcamos en casa. Él, ¡Mágico González!, que cuando jugaba al fútbol se llevó casi toda su vida profesional en busca y captura. Él, que cuando fichó por el Valladolid la directiva le puso un mayordomo para que lo atara en corto, sin éxito. Ni un funcionario de prisiones lo hubiera conseguido. No veía nada igual desde que Maradona y Julio Alberto participaron en aquel partido contra la droga a finales de los ochenta. El argentino llegó a rodar incluso un anuncio en el que pedía a los jóvenes que evitarán caer en la tentación. En cualquier caso se agradece el detalle del mito cadista. Un saludo allá donde esté, quién sabe dónde.
P.D.: Ante la escasez de efectivos y para reestablecer el ánimo alicaído de la tropa, alguien ha tenido la genial idea de llamar al reservista Gila, aquel soldado raso que se mofaba de la guerra, y ponerle un texto digno de sus famosos monólogos:
- ¿Es el coronavirus?
- Que se ponga
- Que digo yo que por qué no te quedas tú en casa y salimos nosotros.
(24 de marzo)
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