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El blog de Pepe Mendoza

LA SEÑORA CALZASLARGAS CUMPLE 70

LA SEÑORA CALZASLARGAS CUMPLE 70

Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump ha cumplido setenta años. La amiga hippie de Tomy y Anika, rebelde con casa, es ya una entrañable abuela a la que uno imagina, por mor de los achaques de la edad y de la vida, más sosegada. Seguro que ha cambiado los cepillos en los pies con los que limpiaba por una buena conga. Es probable también que los crepes ya no los cocine en el suelo sino en una vitrocerámica en condiciones.

Pipi llegó a nuestro país en 1974, el mismo año en el que el eurovisivo Peret ponía en evidencia las contradicciones intrínsecas de nuestro sistema político. Por un lado reivindicaba la alegría de vivir y por otro torturaba vilmente a una pobre guitarra española. Confieso que estuve locamente enamorado de la pecosa de las trenzas zanahorias, de sus vuelos rasantes por el sofá sin miedo a la alpargata. Porque la Calzaslargas y yo nos parecíamos en algunas cosas. Ella poseía un Pequeño Tío que era un caballo, y yo un tío pequeño, por parte de madre, bastante burro. En casa teníamos, igualmente, un mono, pero era de Osborne. Sus zapatos eran tan grandes como los Gorilas que yo heredaba de mi primo Antonio. Y un servidor también andaba para atrás, como los cangrejos moros (hoy, crustáceos del Norte del Magreb), cuando me pillaban en alguna travesura.

Mis calzas y mi esqueleto también se hicieron largos, y dejé de frecuentarla. Volví a verla en los primeros ochenta, en una de las muchas reposiciones que pusieron, pero ya nada fue igual. En lugar de en bombones y caramelos, en esa época yo habría invertido sus monedas de oro en otros vicios más propios de la adolescencia. Para medias largas y seductoras, las de Laura Antonelli. Y, la verdad, las suecas de Benidorm y de José Luis López Vázquez estaban mucho más buenas.

Supe que había abandonado definitivamente la edad de la inocencia cuando empecé a sospechar que el padre de Pipi y la madre de Marco estaban liados. Dos padres ausentes, como el Espíritu Santo, cantaban mucho. Con quince años y algunas espinillas, lo de uno en Taca Tuca y la otra en Argentina era, seguramente, una trola más de las muchas que me habían contado.

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