LA VOZ DE LAS VIOLETAS
A primera hora de la mañana de un día como hoy de 1976, en Colina de Tres Montes (Zamora), un turismo se estrella contra un carro tirado por dos bueyes conducido por dos vecinos del pueblo. El carro circula sin luces por el margen de la carretera. En el vehículo, un Seat 124, viajan cuatro músicos que regresan de dar un concierto en Vigo. Dos de ellos mueren como consecuencia de la brutalidad del impacto: Carlos de la Iglesia, el batería, y Evangelina Sobredo, la solista.
La muerte de Cecilia, su nombre artístico, conmocionó al país. Tenía 27 años. Hija de una familia acomodada (su padre era militar y diplomático), a pesar de su ascendencia social y su juventud ya le había dado bastante trabajo a los censores franquistas. Algunas de sus canciones tuvo que rehacerlas. Otras incluso fueron eliminadas de sus discos. Su tema “Soldadito de plomo”, en el que criticaba al ejército, nunca vio la luz. En “Dama, dama”, tema que retrata con fina ironía y una sutil mala leche a las mujeres de la alta sociedad, es obligada a cambiar uno de sus versos. Donde canta “puntual cumplidora del tercer mandamiento, algún desliz inconexo”, ella había escrito “puntual cumplidora del tercer mandamiento, algún desliz en el sexto”. En su primera versión de “Mi querida España”, no decía “esta España mía, esta España nuestra”, sino “esta España viva, esta España muerta”, una crítica velada a las dos Españas de las que hablaba Antonio Machado.
En 1975 fue ella voluntariamente la que le dio la vuelta a la canción “La llamada”. Se la había escrito Juan Carlos Calderón para participar en el Festival de la OTI, pero no terminaba de convencerle. Le cambió hasta el título. Terminó llamándose “Amor de medianoche”, una balada romántica en la que criticaba las relaciones tóxicas de pareja. Quedó segunda. La acompañó en los coros la portuense Mercedes Valimaña, más conocida como la “Macaria”, componente del trío "La, la, lá" que en 1968 ayudó a Massiel a ganar el Festival de Eurovisión. Cuenta nuestra genial y entrañable artista que acompañó a Cecilia en una gira que hicieron juntas por Puerto Rico. Congeniaron desde el principio: "Yo me reía mucho con ella, era muy gamberra, un encanto de persona y además muy asequible, muy maja y una cantante estupenda".
Pero fue su canción “Un millón de muertos”, en clara alusión a la Guerra Civil, la que le obligó a pasar por el Tribunal de Orden Público. Allí declaró que se trataba de un tema en el que se refería a la Guerra de los Seis Días, que vivió en Jordania con su familia cuando su padre estuvo allí destinado. Su desparpajo desconcertó al juez que le tomó declaración. La dejó en libertad sin cargos. La censura le obligó a cambiarle el nombre, que pasó a llamarse “Un millón de sueños”. Del resto no tocaron nada. Eso sí, lo catalogaron como un tema “no radiable” y durante un tiempo no se permitió que se pinchara en las emisoras.
Su canción más conocida, “Un ramito de violetas”, la escribió como un relato corto, un homenaje a James Joyce, uno de sus autores preferidos. Pero no quedó contenta y lo convirtió en un poema que ya es eterno. En el homenaje que le hicieron sus hermanos cuando se cumplieron 40 años de su muerte, aseguraron que si Cecilia viviera sería de los nuestros. Un tuitero escribió no hace mucho que sus canciones “habría que ponérselas tanto a los que gobiernan como a las que nos quieren gobernar”.
“No me propongo destino, no quito puestos a nadie, porque mi puesto es el aire, como el olor del buen vino”, dice una de las estrofas de “Andar”. Y por ahí sigue, esa patriota hippy y contestataria, la ecologista violeta. Aire puro, espíritu libre, memoria viva que nos recuerda un futuro en el que caben nuestros sentimientos más nobles. Una de las nuestras.
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