A LAS PUERTAS DE LA PRIORAL Y DEL JUICIO FINAL
El cuadro “El Juicio Final” volvió la semana pasada a la Iglesia Mayor, después de haber estado seis años en un bodegón de la Plaza de Toros. Allí ha sido restaurado por un equipo de voluntarios encabezado por el licenciado en Bellas Artes José Ramón Villar.
La noticia es estupenda si solo reparamos en su vertiente estética. Una obra del siglo XVIII, que estaba situada junto a la puerta principal de la iglesia, ha vuelto al escenario en el que ha sobrevivido a tres siglos ante la mirada alucinada de miles de ojos alumbrados por su belleza. Pero a un servidor, intrépido reportero al que le gusta husmear siempre detrás del lienzo que cada mañana nos ofrece la vida, le surgen algunas cuestiones inquietantes que me tienen sin vivir en mí.
Igual tengo que dejar los programas de Iker Jiménez, los videos de Miguel Bosé y las columnas de Alejandro Barragán, no digo yo que no. Pero, ¿por qué es justo ahora, a final de este apocalíptico 2020, cuando el cuadro ha vuelto a su lugar de origen? ¿Antes no había ninguna prisa y ahora sí? ¿Por qué las labores de reparación se han hecho en la Plaza de Toros? ¿Por qué ha quedado expuesto en la Capilla de las Ánimas a la espera de su instalación en su emplazamiento original? Demasiadas preguntas a las que la ACC (Asociación de Cuñados Coquineros) y la OPEF (Organización Portuense de Enterados de Facebook) aún no han sabido dar repuesta.
Mi teoría es que vamos a morir todos. Y que el Juicio Final, no solo en el cuadro de nuestra basílica menor, está cerca. Luego vendrá la ejecución de la sentencia, o sea, el Fin del Mundo, aunque los mayas ahora no hayan dicho ni mú, avergonzados como están después de siglos de vaticinios churretosos. Todo cuadra. Nada es casual. La elección de la Plaza de Toros para la restauración del cuadro representa la tortura y la sangre derramada a lo largo de la Historia, ese chispazo previo a las infinitas sombras que vendrán. La exposición provisional (sí, ya, provisional) en la Capilla de las Ánimas corrobora lo que ya intuíamos: que la inmensa mayoría iremos de cabeza al purgatorio, pues no hemos sido ni buenos ni malos sino todo lo contrario.
La vuelta de la obra a la Prioral da fe de que habrá un repique de campanas allí mismo, que doblarán por nosotros mientras anuncian que se chapa el mundo en general y el universo íntimo que riega el Guadalete en particular. Yo pienso pasarme y tomarme unas cuantas justo al lado, en la terraza de “Ancalagüela”. Desde allí saludaré a las nietas que heredaron el campanario de aquella cigüeña que me dejó, hace más de cincuenta años, muy cerca del sagrado ático plateresco. No es lo mismo dormir eternamente amargado que contentito y agradecido.
Digo más. Estoy convencido de que la instrucción preliminar y la fase intermedia concluyeron justo el día que nos confinaron. Queda solo el juicio oral, que imagino será anunciado en las redes sociales. Para evitar las fakes news y comprobar que estamos en la lista de acusados, recomiendo que se consulte mejor en la web Gente del Puerto o en el Facebook de Jesús Almendros. Ambos tienen el padrón y los ecos de la vecindad al día. No hará falta ir con abogado, ni aunque sea Ángel Angulo, total para lo que va a servir. La convocatoria será por Zoom. Tras la sentencia, nos saldrá un mensaje en el móvil diciendo que hemos perdido la conexión. Ahí acabará todo. O sea, el primer acto. No somos nadie. Y sin cobertura menos.
A la hora de cerrar esta crónica no tenemos noticias de sí habrá un segundo acto. De aquí a la eternidad, cualquiera sabe.
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