ORACIÓN MATINAL
El camino en coche de casa al trabajo (quince minutos) se ha convertido, desde que empezó la pandemia, en una liturgia en la que intento conectarme con lo mejor de mí. Ya no escucho las noticias, sino canciones que me gustan. Ese acto de fe, sencillo, militante y nostálgico me reinicia en la vida diaria con el corazón y las tripas más limpias.
Mientras conduzco, hago examen de conciencia, acto de contrición y autoconfesión de mis faltas. Veo, me juzgo y pienso en las cosas que hago mal y en la manera de corregirlas. También en las que progreso adecuadamente y en la manera de practicarlas más a menudo. Paso revista a mi relación con las personas a las que quiero mucho y, a veces, la canciones que suenan en ese momento se convierten en una banda sonora maravillosa en la que todo fluye. Y yo soy Roberto Benigni, en La vida es bella, gritando buenos días princesa, dedicando temazos a toda la gente con luz que alumbra mi existencia. Otras veces, las melodías son hermosas pero inquietantes, como algunas de Morricone, y repaso mentalmente un posible malentendido con alguien que no me contestó el último whatsapp o no me cogió la llamada o no me saludó por la calle. ¿Habrá entendido mi ironía? ¿Estará molesto por algo? ¿Habré sido yo, cada vez más enfermo de despistes, el que no le contestó el whatsapp o no le cogió la llamada o no la saludé por la calle?
Y, entonces, respiró hondo, suena una canción, por ejemplo de El Jose, un tipo al que descubrí hace unas semanas, que me habla de que se va a inventar un camino pa quitarse la presión de quien no aguante su paso a ritmo de caracol. Yo, con menos arte pero la misma voluntad, invento textos de desagravio y diseño mensajes del tipo “qué buena la película que me recomendaste”, “mira que columna más chula ha escrito hoy fulanita”, “cada vez que me alegro te veo” o, después de un tiempo sin saber de alguien, “deberíamos hacer las paces, lo que pasó entre nosotros no justifica esta pertinaz sequía comunicativa”. Lo hago solo para provocar una sonrisa o recibir respuesta, para que el otro o la otra me diga a su manera, con la rotundidad y la pasión de Camilo Sesto, que a pesar de todo me sigue queriendo. O, que al menos, no pasa de mí.
Llego al curro imaginando que el mundo en general y mi mundo emocional en particular sigue estando igual de cálido y ordenado que el sueño de niño chico del que he disfrutado durante la noche, la cama que hemos dejado recién hecha, o el café y las tostadas que nos alegraron el desayuno. Esa armonía vital me llena de aire los pulmones. Aparco el coche y ficho y abro el ordenador y sigo tatareando esa canción preciosa que me recuerda que la vida es bella incluso cuando es fea. Y que quiero morirme joven, rodeado de la gente que quiero, lo más tarde posible.
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