ESPLENDOR Y OCASO DE LOS CALCETINES BLANCOS
Allá por la década de los 80, los calcetines blancos alcanzaron un prestigio fascinante. Sin apenas darnos cuenta, abandonaron el último cajón del ropero, en el que convivían desordenadamente con camisetas, calzonas y sudaderas, y ascendieron a la zona noble donde habitaban orgullosas las prendas de salir (antes, ropa de los domingos). Del gimnasio del instituto y del campo de albero, pasaron a transitar por las pubs y discotecas de moda. De relacionarse con los tenis Tórtolas o las zapatillas Keds, a codearse con la hidalguía señorial de los zapatos castellanos. Eran maravillosos y te hacían sentirte maravilloso a ti. No solo ponías a su entera disposición tus pies, sino que, como a aquella novia primera, le entregabas tu alma, tu corazón y tu vida. Fue un ascenso sin precedentes en el superficial y volandero mundo de la moda. En aquellos días, exhibir los calcetines blancos por debajo del pernil del vaquero, mientras te tomabas un cubata en la barra de un pub, sentado en un taburete para que se vieran bien, era un signo de distinción.
Apenas duró una década ese reinado efímero. En los 90, ya estaban acabados. Y si te lo seguías poniendo, el acabado eras tú. La gente cuchicheaba a tu espalda y te señalaba como si fueras Darth Vader cuando, en un descuido, se asomaban entre el pantalón y el zapato.
Hubo también un tiempo en el que entrar en un discoteca era más difícil que salir hoy de Ikea. No te dejaban pasar si llevabas chupas de cremalleras. O zapatillas deportivas. Pero el ensañamiento sin compasión fue con los pobres calcetines blancos. Llegabas a la puerta y lo primero que hacía el gorila de turno era mirarte los zapatos con cara de asco, como si hubieras pisado una mierda. “No puedes pasar, llevas calcetines blancos”, sentenciaba vacilándote. Te daban ganas de contestarle: tú tienes el cerebro también en blanco y te han dejado entrar en la empresa, capullo. Pero no era plan. Casi estaba mejor visto ir descalzo, como nuestro vecino el Baba, que se llevó toda la vida pisando el suelo sin intermediarios. Sólo a Michael Jackson en sus videoclips se le permitía exhibirlos sin pudor.
La caída de los calcetines blancos estuvo a la altura de otros ocasos igual de traumáticos: Bob Derek, Eva Nasarre, Enrique y Ana, Parchis, Los Pecos... No volvieron a levantar cabeza. Cuando una supremacía cae, cae para siempre. Piensen en el imperio romano, que se derrumbó porque los del pecho de lata estaban a otras cosas y no echaron los cimientos en condiciones. Con los calcetines blancos pasó, salvando las distancias y los siglos, algo parecido: había mucha arena y muy poco hormigón en esa tendencia ochentera. Hoy en día, también han sido casi expulsados del ámbito deportivo. Ahora, son de colores y taloneros, que parece que va uno con patucos.
Quedan, eso sí, los álbumes de fotos, esas hemerotecas familiares, que, como las de los periódicos, las carga el diablo. Fueron los reyes del mambo durante una época en la que todos estuvimos enamorados de la moda juvenil. Honor y gloria a los calcetines blancos. Más concretamente, a los de la marca Ferry’s, que tenían una raya azul arriba y una roja debajo, con los que anduve por los borrascosos parajes de la adolescencia. Dios los tenga en su ropero.
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