EMILIO FLOR, UNO DE LOS NUESTROS
Ayer nos sentimos divinos de la vida en el pleno municipal en el que nuestro amigo Emilio Flor recibió la medalla de oro de la ciudad. También fueron agraciados con la distinción de buenos vecinos, el futbolista Joaquín, las Hermanas Carmelitas, las empresas Osborne y Romerijo, y Linda Randell, a título póstumo, fundadora de El Centro Inglés.
En realidad, yo llevo 40 años sintiéndome divino de la vida al lado de Emilio Flor. Porque este amigo íntimo de Balbo El Menor es uno más de una enorme pandilla de portuenses cuyo objetivo fundamental es que todos disfrutemos juntos del chispazo de luz en una infinita eternidad de sombras al que llamamos vivir. Para crear una pandilla tan fantástica hace falta conocimiento, habilidad, tiempo, dedicación y empatía, toneladas ingentes de empatía. Pero por encima de todo, ser tutor del bienestar de todos es un acto de infinita generosidad.
Profesor de latín, teatrero, futbolista (de los pocos futbolistas del mundo que le han marcado un penalty a Íribar), conferenciante, guía turístico, cuidador de enfermos... Mas hay algo todavía más importante que todo esto: ser de nuestra calle, de nuestro instituto, de nuestro equipo de fútbol, de nuestro grupo de teatro. Ser de los plebeyos proletarios. Ser uno de los nuestros.
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