LORCA: EL CRIMEN FUE EN EL FALLA
En junio de 1929, Federico García Lorca viajó a Nueva York, donde estuvo viviendo hasta febrero de 1930. Luego pasó tres meses en Cuba. Aquel año marcó para siempre los seis que le quedaban de vida. Contempló de primera mano el crac de la bolsa del 29, la mayor crisis económica y social conocida. Descubrió una sociedad que construía grandes rascacielos, pero que carecía de raíces profundas sobre las que asentarse. Y alucinó con la fuerza racial y la cultura negra. “Fue la experiencia más útil de toda mi vida”, declaró a la la vuelta. En la maleta traía el texto de Poeta en Nueva York, un libro deslumbrante, publicado en 1940, cuatro años después de su asesinato, que cambió el rumbo de la poesía latinoamericana del siglo XX.
El pasado miércoles, Alberto San Juan trajo a Cádiz “Lorca en Nueva York”, una fiel recreación de aquel viaje, basada en una conferencia que Federico impartió en la Residencia de Señoritas de Madrid. Acompañado por “La Banda”, tres músicos que regaron a ritmo de jazz y de salsa el sobrecogedor monólogo de San Juan, excelso en el papel del inmarcesible poeta granadino. “Impresionante por frío y por cruel es Wall Street. Llega el oro en ríos de todas las partes de la tierra y la muerte llega con él”.
Impresionante por fría y por cruel fue la actitud de algunos espectadores que aún no se han enterado que hay que silenciar el móvil cuando se entra en un cine, en un concierto o en un teatro. Al principio, San Juan tiró de ironía: "Es curioso, no me llama nadie por la mañana y por la noche me llama todo el mundo". Siguieron sonando esas armas de destrucción de la convivencia, y al actor, alucinado, sin perder nunca ni la educación ni la elegancia, se le fue acabando la paciencia. "Estamos en Nueva York, por favor, en 1929, joder, en plena gran depresión". Hasta que llegó el momento en el que ya no pudo más: "Yo entiendo que a veces es difícil encontrar las cosas en el bolso, yo lo entiendo todo, de verdad. Pero es que, por favor, llevamos una hora y cuarto de función y seguimos en las mismas". Una vergüenza. "La esclavitud dolorosa del hombre y la máquina junto", de la que habla Federico en Poeta en Nueva York. ¿Quién ha dicho que la gente que aprecia la cultura es educada, respetuosa y empática?
A la salida, me acordé de una columna que escribí hace años sobre las insoportables toses que se oían cada vez que había función en el teatro Pedro Muñoz Seca. Aquello parecía el sanatorio de tuberculosos en el que Thomas Mann se inspiró para escribir La Montaña Mágica. Y volví recordar lo que dijo Emilio Laguna en un teatro de Madrid, un día en el que, desesperado ante el ataque de un comando de talibanes del ejem, ejem que le estaban haciendo la actuación imposible, gritó desesperado a su compañero de escena: ¡Aquí viene la gente a morirse".
Al Falla el otro día, alguna gente fue, única y exclusivamente, a faltarle el respeto a Lorca, a Alberto San Juan, a la mayoría de los espectadores y al teatro. A profanar esos espacios sagrados en los que la vida fluye, bella e insondable, sin interferencias.
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