COMO SIEMPRE, SIN TARJETA
Hoy es 9 de noviembre, día en el que, como siempre, sin tarjeta, una señora casada recibía de un desconocido, que al final resultó ser su marido (pido perdón a los más jóvenes por el spoiler), un ramito de violetas.
La canción, como todas las de Cecilia, para mí la mejor cantautora que ha dado este país a pesar de que falleció a los 27 años en accidente de tráfico, es una crónica escrita y musicada con maestría. Una melodía profunda, una voz limpia que es la voz misma de la melancolía y un piano acompañado por una guitarra española. En la segunda mitad de la balada entran una sección de cuerdas y un acordeón que le da un aire aún más intimista.
Antes de convertirse en canción, Un ramito de violetas fue un cuento corto, pero Cecilia no quedó contenta con el resultado y las transformó en un poema al que posteriormente le añadió la música. Confieso que, pese a su deslumbrante belleza, el tema siempre me ha causado inquietud. Con el paso de los años, cada vez más. De romántica historia de amor, he pasado a escucharla con la sospecha del que intuye una relato sórdido que esconde un caso de maltrato. ¿Se puede ser feliz en el matrimonio siendo tu marido el mismo demonio? ¿Es posible estar enamorada de un tipo que nunca fue tierno? ¿Las anuales cartas llenas de poesía y el ramito de violetas eran un regalo envenenado para coger a su mujer en un renuncio y, de paso, ejercer su vocación de escritor doméstico que, hasta donde sabemos, solo ejercía una vez al año? ¿Más que ante la historia de una pareja enamorada no estaremos ante un marido maltratador y una víctima de violencia de género.
Cecilia, narradora omnisciente, lo sabe todo. En cambio, la heroína romántica de su canción, "no sabe nada, mira a su marido y luego calla". Mejor así. De haber descubierto quién era el insoportable poeta florido, es probable que las violetas y las cartas hubieran acabado para siempre con la ilusión de ser querida.
O quizás no. Igual el hombre era solo un malaje con buen corazón al que hay que absolver de todas las sospechas. Y echarle la culpa de ese mal rollo a la asfixiante dictadura de las rimas, matrimonio-demonio, que condicionan para siempre las canciones.