LOS ÚLTIMOS, LOS PRIMEROS
No creo que sea tan difícil establecer un orden justo de prelación a la hora de vacunarse y acabar de una vez con este espectáculo bochornoso protagonizado por políticos, curas, militares y demás fuerzas vivas (vivas de espabiladas) saltándose la cola porque ellos lo valen. Y de propina, el remate de tener que escucharles hacer el ridículo perpetrando explicaciones surrealistas. Pueden ahorrárselas, ya nos lo cuenta con más ingenio y gracia Berlanga.
Alguien por ahí ha propuesto el método cristiano, y yo lo firmo: que los últimos sean los primeros. Sirve para casi todo en la vida, aunque curiosamente sean los católicos los primeros en renegar de ese axioma moral con sabor a Evangelio. No solo por compasión, sino también por una cuestión de justicia. Los últimos son siempre los primeros en remangarse cuando vienen mal dadas. No fallan nunca. Ya lo decía don Antonio Machado, que optó por pedir la vez poniéndose en la cola, sin saltársela nunca. "En España, lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros lo señoritos invocan a la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva".
Esta pandemia sería todavía mucho peor si no fuera por el trabajo a destajo del personal sanitario, de los cuidadores de las residencias, de los maestros, de las cajeras de supermercado, de los transportistas, de los vecinas solidarias de los barrios humildes... Son ellos los que en medio de esta siniestra oscuridad siguen manteniendo viva la llama de la esperanza, que es, como decía Cortázar, la vida misma defendiéndose. Pues eso: ellos y los ancianos y las personas de riesgo, los primeros.
Y los primeros de toda la vida, los privilegiados sin conciencia, esa gente guapa que acostumbra a hacer cosas tan feas e inmorales como las que estamos viendo estos días, los últimos. Por dos razones más a las ya expuestas: tienen muchos más medios para poder sobrevivir al virus y, si faltan, no son imprescindibles.