DERECHOS TORCIDOS
El otro día, cerca de las dependencias de la Policía Municipal, un grupo de chavales se solidarizaba con los jóvenes de los barrios marginales franceses apedreando un coche que parecía abandonado. Era tal la virulencia con la que se empleaban, que la integridad física de los que por allí pasábamos corrió serio peligro. Me acerqué para recriminarles su actuación y uno de ellos, molesto por tener que rendir cuentas de su ocio privado ante un desconocido, me contestó desafiante: ¿Acaso el coche es suyo? Como yo tampoco era de él y le estaba limitando antidemocráticamente su derecho inalienable a la destrucción masiva, temí que su punto de mira se fijara en otra carrocería para mí mucho más importante: la que da cobijo a mis huesos. Tuve suerte, pues optaron por agredirme verbalmente, humillación sin duda mucho más llevadera que un cantazo en la cabeza.
No muy lejos de allí, cada noche de sábado, los vecinos de la Rotonda de La Puntilla, también se dedican a fastidiar las actividades lúdico recreativas de las jóvenas y jóvenes que acuden a disfrutar, después de una durísima semana de clases, de un tiempo de asueto más que merecido. Los incívicos ciudadanos que viven en aquella zona llaman de vez en cuando a la Policía, por cuestiones tan nimias como que a la muchachada les da por vomitar, mear y correrse en los portales del barrio. No se han enterado, todavía, los quisquillosos vecinos, que en este país existe la libertad de circulación y que las calles del Puerto ya no son de los Serenos, sino del pueblo Soberano con Coca Cola.
Los ecologistas portuenses, otros que tal bailan, llevan veinte años tocándole las narices a los poderes públicos y perpetrando la libertad con ira, por un quítame allá esos pinos. Algunos, incluso, se presentan como víctimas cuando la gente de bien, en el ejercicio de su legitimo derecho a la libertad de expresión, acude a las puertas de sus casas y se las empapelan con elegantes metáforas. Tan plano es su encefalograma ideológico, que les molesta que haya constructoras y comunidades de propietarios que, compartiendo objetivos, optimicen sus recursos y sus arengas. ¿Qué tiene de malo que, en una economía de mercado, los intereses creados tomen forma de holding o de Unión Temporal de Empresas y pueda llamarse, por ejemplo, "Fevema, Vías, Canales, Puertos y Plenos al Descubierto"? ¿O que un ex Consejero de Trabajo socialista se eche al green y ponga en pie a la famélica legión para que los que hasta hace poco eran sus enemigos de clase puedan pasar Los Lunes al Golf?
Qué nivel, Isabel.
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