EN UN LUGAR DE LA VIDA
El calendario, ese riguroso albacea del tiempo, nos depara a veces curiosas coincidencias. En el año del cuarto centenario de El Quijote celebra AFANAS el cuarenta aniversario de su nacimiento como Asociación. La vida, ya saben, imita con relativa frecuencia a la literatura. Y las páginas de la más grande novela de aventuras, alumbran, desde hace cuatro siglos, hermosas utopías que hacen el mundo más respirable cada mañana.
La de AFANAS, ciertamente, tiene muchos de los ingredientes de la novela cervantina. Allá por 1965, un grupo de caballeros andantes salió a desfacer los entuertos de un colectivo social hasta entonces condenado a pasar sus vidas recluidos en infames manicomios. Eran muchos los gigantes a los que había que derribar, numerosos los molinos de viento que movían sus aspas en dirección contraria a la integración de aquellos que Luca de Tena llamó los renglones torcidos de Dios. Como protagonistas, un ejército de derrotados invencibles, una procesión de Sanchos que no querían ínsulas sino que les amaran y respetaran como son. Haciendo suyas las palabras de Alonso Quijano -"la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago"-, decidieron que, a partir de entonces, en su hambre mandarían ellos. Así, se constituyeron en Asociación, similar a la Orden que el Ingenioso Hidalgo creó para defender a las doncellas, amparar a las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos.
Cuarenta años no es nada, en la larga lucha por la integración de las personas con discapacidad, pero convendrán conmigo que mientras los perros rabiosos de la discriminación laboral ladran por los gabinetes de selección de personal de las grandes empresas, ellos cabalgan a lomos de un rocín flaco que les procura calidad y calidez de vida.
Lo dice Mafalda, mi filósofa de cabecera: si no fuera por todos, no seríamos nadie. Seres incompletos que nos pasamos la vida haciéndonos, lo que nos define como humanos no es lo que somos sino lo que deberíamos ser. Quién esté libre de taras que arroje la primera piedra. A todos nos falta algún tornillo que nos impide ser mejores, que nos hace sentir dolorosamente el peso trágico de nuestras carencias. La obra del manco de Lepanto (persona con discapacidad también) está ahí para recordarnos que nadie es más que nadie, que todos somos iguales en la diferencia.
Tal vez ese sea el mensaje del Quijote, la lección que nos enseña AFANAS. Que Dulcinea puede ser down. Que se puede ser caballero andante en una silla de ruedas.
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