NIÑA, VAMOS AL TURRÓN
Cuando no había pregones, ni televisiones locales, ni suplementos en los periódicos, ni presentaciones mediáticas, el anuncio de la feria era cosa del turronero. Días antes de su inicio, comparecía en las calles portuenses y los niños salíamos a las casapuertas para oír a ese nómada que expendía dulces y palabras amables al grito de “niña, vamos al turrón”. A mi, más que su mercancía abundante y golosa, lo que me seducía eran sus maneras de actor aficionado, su discurso elegante y convincente que me embaucaba casi tanto como su generosidad.
Porque por trescientas pesetas empezaba dando seis tabletas surtidas, y terminaba regalando, sólo por esta vez, el estuche de mantecados, y además el de mazapán, y además el de alfajores, y, de propina, la fruta escarchada. Dicho esto, expandía por la extensa geografía de su brazo moreno los manjares recitados.
Parece que el tiempo no ha pasado por el turronero, ese último superviviente de las muy decente y honrada estirpe de los charlatanes de feria. Hoy, como ayer, sigue esgrimiendo su palique elegante, su oratoria persuasiva, de otra época. Acudiendo, puntual, en su tartana desvencijada y pobre, para anunciar, niña vamos al turrón, días de vino y de rosas.
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