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El blog de Pepe Mendoza

PURO TEATRO

PURO TEATRO

     Nadie los ha visto, pero cuentan los vecinos de la zona que nunca el más allá les había pillado tan cerca. Dicen que un rumor de memorias, un ruido de escenas, se oye, al filo de la medianoche, en el antiguo cuartel de artillería de la Plaza de El Polvorista, hoy reconvertido en el teatro de los sueños de Manolo Morillo. Son los fantasmas del Principal que tras vagar, impenitentes, entre las bambalinas de la memoria colectiva portuense, empiezan a acomodarse (nunca mejor dicho) en el nuevo edificio. Los espíritus okupas que desde hace 23 años se concentraban a diario en la calle Luna, implorando un techo bajo el que cobijarse, un lugar común en el que compartir fantasías y pasiones, sueños y desdichas, parece que han dejado de dormir a la intemperie. 

     Los más osados comentan que la semana pasada vieron traspasar los muros del teatro, como almas en alegría, a una pandilla de niños que acudían, una tarde de domingo, a la sesión infantil, cargados de altramuces, alcatufas y chicles bazokas que habían comprado minutos antes a una sombra que se escondía detrás de un carrillo. Otra madrugada, aseguran, contemplaron atónitos como un grupo de chiquillos vestidos de pastores, pandereta en mano, celebraban la Navidad con Amor. 

     Cuesta creerlo, ya lo sé. Pero qué quieren que les diga: yo nunca he estado curado de asombro. Y aunque uno sólo se trata con el más acá, pienso pasarme una noche de estas a curiosear un poco. A lo mejor me cruzo con un señor de bigotillo ridículo, sombrero raído y acento mejicano, con el que vuelvo a troncharme de risa. O una bella heroína romántica me jura por Dios que nunca más volverá a pasar hambre. O, quién sabe, un hombre musculoso la mar de mono, taparrabos en la entrepierna, me contagia su pasión por los infinitivos. Aunque yo me conformaría con saludar a esa viejita amable, llamada Nostalgia, para agradecerle que me siga llevando de la mano a ese tiempo en el que, con tan poco, fuimos tan felices.  

     Ya puestos a imaginar, no me digan que no sería fantástico encontrarse con Don  Pedro y Don Rafael, limpios de vanidad y prejuicios, entregados a la belleza perturbadora de las palabras, construyendo versos en tres actos. A lo mejor, incluso, generosos y sabios, coinciden en que el Teatro podría llamarse Paco Teja. O Emilio Flor.

(Columna publicada en Diario de Cádiz el 18-08-2007)

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