OPERACIÓN TOSCANA
Por mucho que el ex niño ex torero, hoy reconvertido profesionalmente en tratante de carne humana, criticara en su día la hipocresía social sobre el sexo de pago, afirmando que es mejor que las prostitutas copulen en un club de alterne antes que en la calle, no parece, según las pesquisas de la Guardia Civil, que desde el punto de vista de las trabajadoras que allí ejercían el oficio más antiguo del mundo, ese fuera el lugar ideal para relajar el cuerpo y la mente. Más bien al contrario: a la ya de por sí poco prestigiada profesión de puta inmigrante, hay que añadir, en este caso, unas jornadas laborales agotadoras, una alimentación de cartilla de racionamiento y un régimen de sanciones sometido al arbitrio del esbirro de guardia.
Le cuesta a uno creer, también, que los clientes, algunos muy selectos, que visitaban La Hacienda, quién sabe si pagando o cobrándose antiguos favores administrativos, y en el que los más machos del lugar fardaban, en ese ambiente sórdido de sementales en vilo, de corridas más memorables que las del hijo del dueño, salieran de madrugada en paz consigo mismo por dentro y por fuera.
Los que sí que disfrutaban plácidamente de una vida desahogada, ayuna de tensiones físicas e intelectuales, eran los miembros de la familia Galán. En su domicilio de Valdelagrana, la mansión fastuosa en la que contaban y escondían las plusvalías de la miseria, los réditos del hambre, no huele a colonia barata ni a ginebra de garrafón ni a lencería de mercadillo, pero el hedor moral que desprenden los fajos de dinero sucio que hemos visto estos días en los periódicos es tan insoportable como la pancarta de apoyo a los proxenetas que, supuestamente, han colgado a las puertas del burdel de El Puerto algunas de esas mujeres con la vida en ruinas.
Por lo demás, no nos consta que entre los planes de expansión empresarial de "Los Galanes" se contemplara diversificar la oferta, ofreciendo un servicio en el que además de relajar el cuerpo y la mente, se pudiera tensar, siquiera un poco, la conciencia.
(Columna publicada en Diario de Cádiz el 25-02-2010)
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