MARIÉN
Dice El Principito que lo esencial es invisible a los ojos. Pero en fin, aquí entre nosotros, si la belleza interior también se asoma de vez en cuando a la abierta ventana del mundo, vive Hermes, digo Dios, que todos salimos ganando.
Sabido es, también, que el glamour (según la Real Academia de la Lengua, ese "encanto sensual que fascina"), no ha gozado nunca, como las madrastras en los cuentos de Walt Disney, de muy buena prensa.
Tal vez para deshacer ese prejuicio, y, de paso, socializar la elegancia, apareció un día de octubre de 1989, por la Oficina de Empleo de Cádiz-Andalucía (lugar, ciertamente, de lo más prosaico), una rubia agradable a la vista, por dentro y por fuera, que practicaba, sin usura, la noble virtud de escuchar, el sano ejercicio de ponerse siempre en el lugar del otro, la hermosa tarea de entrelazar afectos.
Ahora que tanto se lleva la grosería, el mal humor y el cinismo de los que están de vuelta de todo sin haber ido nunca a ningún sitio, es bueno agradecer públicamente el glamour sosegado de Marién, el hechizo amable de un corazón experto en resurrecciones inexplicables que, contradiciendo al Principito, se levanta cada mañana para convencernos de que lo esencial también salta a la vista.
(Homenaje a nuestra amiga y compañera Marién, celebrado el 05-02-2010 en la Escuela de Hostelería de Cádiz. No hace falta escribir que "la rubia del cartón del paro", dedicada ahora a otros menesteres, está como Fundador: como nunca. Y a aquellos que todavía permanecen en edad y situación de merecer, ya les advierto que el señor que aparece junto a ella en la foto, vigilando con los dientes apretados el tipo de mirada con la que usted observa a nuestra protagonista, es Don Ignacio Fernández Portillo, Santo Varón y Esposo de la susodicha).
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