VIAJES MARSANS
A principios de los 70, mi madre trabajó de limpiadora en Viajes Marsans, en la agencia de El Puerto. En verano, me gustaba acompañarla. Mientras ella adecentaba la oficina, yo viajaba, con la imaginación y con el Capitán Tan, por todo lo largo y ancho de este mundo, de la mano de unas revistas gordísimas que expedían sueños a unos precios que estaban al alcance de cualquiera que no fuéramos nosotros.
A veces, a la vez que bruñía el suelo o le sacaba brillo al cristal del escaparate, mi madre me hablaba de las dignidades del trabajo y de mi obligación inexcusable de estudiar para ser el día de mañana un hombre de provecho, pero yo andaba ya muy lejos de allí, celebrando un gol de Gárate en el Calderón, comprobando a pie de volcán que el Teide medía los 3.718 metros que decía mi libro de Sociales, o batiéndome en duelo contra un barco pirata a pocas millas de Mallorca.
Algunas tardes, la fantasía también se iba de vacaciones, y mi avión, a poco de despegar, aterrizaba como podía en la mesa de la señorita Emilia, o en la de Don Joaquín, un señor que, a pesar de venir de una familia tan humilde como la nuestra, se había labrado un porvenir como escribiente.
Un pirata, con el alma de palo y demasiadas cuentas pendientes, mucho más peligroso que aquéllos contra los que yo luchaba de niño mientras mi madre hacía de la necesidad virtud, ha mandado al paro, esa tierra hostil donde habita la angustia, a los 1.400 empleados de Marsans, una sociedad rentable hasta que comenzó el saqueo. Las navidades pasadas, ya consiguió que Air Comet no levantara nunca más el vuelo.
Sostiene mi madre que igual que se dictan órdenes de alejamiento contra los que maltratan a su pareja, también deberían prohibir acercarse a las empresas a aquéllos que maltratan a los trabajadores. Y dice también, mientras limpia cansada el cristal amarillo de la memoria, que le da mucha pena que haya cerrado la oficina de Marsans en El Puerto.
(Columna publicada en Diario de Cádiz el 12-08-2010)
0 comentarios