DE REPENTE, UN TALADRO
El verano es la estación de los manitas. No es que durante el resto del año se encierren en su caja de herramientas (algunas, verdaderas mansiones) y dejen de dar la tabarra sobre lo apañados que son y lo bien que manejan la fresadora de superficie, pero con la llegada del buen tiempo intensifican sus críticas al Creador, al que le achacan demasiadas prisas en el acabado del mundo. Piensa el homo habilis del Leroy que, por muy todopoderoso que uno sea, seis peonás son muy pocas, y que el domingo el Gran Arquitecto del Universo debió echar por lo menos medio día.
Hablamos del torturador de paredes empeñado en acuchillar la sobremesa hasta dejar constancia de que, efectivamente, puede haber alguien más feliz que un tonto con un lápiz: un tonto con un taladro. Del perito en ruidos al que, en plena profanación de la siesta, nada le sabe tan dulce como su broca. Del asesino de festivos que antes de que cante el gallo ya nos ha despertado tres veces.
El psicópata de la Black & Decker, por lo demás, utiliza siempre la misa frase para agredir la autoestima del vecino cuando se le pide opinión sobre algún chapú: “Eso no tiene ná”. Da igual que usted le pregunte sobre cómo ponerle una bombilla de bajo consumo al Faro de Alejandría o cómo cortarle el césped, sin que nos dé un ataque de vértigo, a los Jardines Colgantes de Babilonia. Eso, si lo sabrá él, no tiene ná.
Tal trastorno obsesivo-compulsivo en las extremidades superiores no puede ser bueno. Los romanos, que sabían latín, consideraron el trabajo manual como “un algo de naturaleza maligna”. Nadie se ha atrevido nunca a reprocharles que dejaran el Coliseo a la mitad, que la puerta de Roma siga sin encajar bien del todo o que el Imperio se les viniera abajo de un día para otro por no echar los cimientos en condiciones.
Yo prefiero la sierra de Grazalema a la de calar. Sí, lo reconozco, les tengo mucha bricomanía a los manitas.
(Columna publicada en Diario de Cádiz el 26-08-2010)
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