ENTRE UN BUEY Y UNA MULA
A finales de 2010, seguro que lo recuerdan, se aplicó un ERE brutal en el portal de Belén que produjo miles de despidos en una empresa que, al menos en esa sucursal en la que se recrean cada navidad los recuerdos de la infancia, había sido modélica por los siglos de los siglos. De un día para otro echaron a todos los artesanos, pues salía más barato comprar directamente en la tienda del chino que está justo a la espalda del castillo de Herodes los productos que aquéllos fabricaban. Se externalizaron los servicios de lavandería, y en vez del pastores venid, pastores llegad, se apostó por el pastores adiós, lo que ha traído consigo un incremento preocupante del número de ovejas descarriadas. Al final, casi la totalidad de la plantilla terminó cantando en lugar de El camino que lleva a Belén, El camino que lleva al INEM. Sólo los caganers se recolocaron en Cataluña. Puede que sea esa la razón por la que allí huela ahora tan mal.
Lo peor es que la empresa sigue sin levantar cabeza. Al punto de que ahora es el mismísimo Benedicto XVI, su principal accionista (como Amancio Ortega en Zara, pero sin hija heredera, que sepamos), el que ha despedido al buey y a la mula, cargándose de un plumazo la imagen corporativa de la compañía y, lo que es peor, toda la iconografía animal y de comunión con la naturaleza que ha acompañado siempre al cristianismo. Dice el Papa en el libro que acaba de publicar, La infancia de Jesús, que en el Portal no había animales. Eso ha dicho. ¿Qué había entonces en el establo en el que pasaron aquella noche de paz tres desgraciados para los que no había sitio en la posada? ¿Un par de seguratas? ¿Un pelotón de antidisturbios, quizá, que ya había sido informado por la Delegación de Gobierno de Nazaret de que al niño había que vigilarlo muy de cerca desde chiquitito?
Vale, sobra gente en todos sitios, hemos puesto el portal por encima de nuestras posibilidades. Pero desahuciar a la hermana mula y al hermano buey, que diría el bueno de Francisco de Asís, de la cueva con vistas a la eternidad que han estado calentando generosamente desde hace más de dos mil años, sí que pone en juego la subsistencia misma de la familia.
Están locos estos cristianos.
(Diario de Cádiz, 23 de noviembre de 2012)
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