LEER Y ESCRIBIR
Dice San Juan en su Evangelio que al principio fue el verbo. Antes del verbo estaban el cielo y los mares, la luz sin recibos, el maldito polvo de los ácaros, el huevo o la gallina, los domingos con todo cerrado, los pictogramas de Panamá... Pero como nadie sabía cómo nombrar todas esas cosas, no existían. El lenguaje es el primer inventario en condiciones que se hizo en el universo.
Claro que, al principio, que San Juan me perdone, más que el verbo fue el sustantivo, ¿no? Puede que el hombre fuera de ciencias y se liara un poco con la metáfora. No es lo mismo la oración cristiana que la oración gramatical. Y, además, dependería también del lugar. En Galilea, por ejemplo, fue primero el gentilicio y luego el adjetivo: “¡Romanos, cabrones!”. Y en la selva, primero fue el pronombre y luego el nombre propio: “Yo, Tarzán; tú, Jane”.
Bueno, da igual. El caso es que al verbo bíblico le siguió después el verbo laico que se hizo carne en los delirios caballerescos de un viejo hidalgo y su compañero de fatigas. Vinieron luego otros verbos maravillosos que nos contaron la infidelidad atormentada de Madame Bovary; el despertar aterrador de aquel gris comerciante de telas que un día amaneció convertido en insecto; la incesante búsqueda del tiempo perdido de Proust; el triunfo del amor para toda la vida en aquellos oscuros tiempos del cólera...
Leemos y escribimos porque seguimos siendo niños con la merienda en una mano y el lápiz en la otra que buscan una historia que poner debajo de la palabra Redacción del cuaderno de Lengua. Sí, nos hacemos mayores, pero en el fondo somos todavía aquellos mocosos que esperan con ansiedad otro cuento porque necesitamos la ficción para encontrarle sentido a la realidad. Vivir es ir contándonos historias. Ser persona es tener una historia que contar.
Leemos y escribimos para inventar un mundo y recrearlo. Como terapia para sobrevivir a esta tragicomedia humana en dos actos que un día tuvimos que salir atropelladamente a interpretar. Mientras fabulamos, dice Rosa Montero, la muerte no existe y somos intocables y eternos.
Leer y escribir es compartir con otros el miedo a quedarnos solos con nuestra felicidad y con nuestro dolor. Una manera hermosa, modesta y digna de estar juntos en el mundo.
(Diario de Cádiz, 22 de abril de 2016)
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Antonio Pérez Brea -